«Cuanta necesidad tenemos todos de ser un poco misericordiosos, de no hablar mal de los demás, de no juzgar, de no “desplumar” a los demás con las críticas, con las envidias, con los celos. ¡No! Perdonar, ser misericordiosos, vivir nuestra vida en el amor y donar. Esa – caridad y este amor – permite a los discípulos de Jesús no perder la identidad recibida de Él, y de reconocerse como hijos del mismo Padre. En el amor que ellos – es decir, nosotros – practicamos en la vida se refleja así aquella Misericordia que no tendrá jamás fin»
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