lunes, 19 de septiembre de 2016

Meditación: Lucas 8, 16-18


Nada hay oculto que no llegue a descubrirse. (Lucas 8, 17)

Jesús habla de la necesidad de encender la lámpara. El discípulo no alumbra con su propia luz, sino con la luz verdadera que viene de Cristo. Si lo hace de manera diferente, sentirá la tentación de confundir sus propias ideas, sus propios gustos y sus propias opciones con las del Señor, y proponer cosas y realidades que no tienen nada que ver con Cristo. De ahí la necesidad de encender cada día la lámpara de nuestro espíritu con la luz de Cristo y recibir la fuerza y la iluminación del Espíritu Santo, para no hacer nuestra propia voluntad ni poner oídos sordos a la voz que nos habla suavemente para guiarnos y aconsejarnos.

La luz tiene la cualidad natural de difundirse y alumbrar, por eso es antinatural ocultarla, y la luz que se propaga es la verdad de Cristo y su Evangelio; es la verdad de la semilla del Reino que Jesús ha plantado en la tierra y que se extiende y fructifica a pesar de todos los esfuerzos de aquéllos que pretenden ocultarla. Esta certeza del triunfo de la luz, esta confianza absoluta en el poder y la victoria final del Evangelio, es la base de todo el mensaje de Jesús y de la Iglesia.

El brillar delante de los hombres no es en el creyente una finalidad en sí misma, sino que surge espontáneamente, como la ciudad edificada en la cima de un monte, que no puede ocultarse. Así también, la escucha de la palabra debe llevar a las buenas obras, que “brillan” y dan luz a los que permanecen en la oscuridad. Este es el contexto del dicho de la luz. Es más, las buenas obras son garantía de haber escuchado bien la palabra.

El Reino es siempre pequeño en sus inicios, pero tiene que ser conocido por todos los hombres, no con palabras, sino con obras, es decir, con el testimonio de una vida transformada, regenerada, iluminada, que se manifieste en acciones de fe y bondad para todos los que necesiten una mano firme que les sostenga. Esas obras son las que tú y yo tenemos que hacer hoy con la luz del Señor. ¡Precisamente para eso los fieles hemos recibido la fuerza y los dones del Espíritu Santo! Atrévete, hermano, a dar testimonio de tu fe y no te cohíbas si hay oposición. Tu Defensor te ayudará.
“Santo Espíritu, haz brillar tu luz en mi corazón, te lo ruego, para que yo escuche tu voz y para que tu luz alumbre la oscuridad que envuelve al mundo.”
Proverbios 3, 27-34
Salmo 15(14), 2-5

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