Un día en qué Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado”. “Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?”. Pedro, tomando la palabra, respondió: “Tú eres el Mesías de Dios”. Y él les ordenó terminantemente que no lo anunciaran a nadie, diciéndoles: “El Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día”.Palabra del Señor.
RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Torres cmf
Pedro, siempre Pedro. El primero de entre los apóstoles. Parece que Jesús lo nombró como tal para que nos sirviese de modelo en todo. En su fuerza vital, en su capacidad de respuesta. Pero también en su debilidad, en su fragilidad, en su miedo. Quizá para que se viese con más claridad de dónde proviene la fuerza que anima la vida del cristiano, el valor del tesoro que llevamos en nuestras pobres vasijas de barro.
El Evangelio de hoy nos sitúa en un momento crucial de la vida pública de Jesús. Ha pasado la primavera gloriosa de Galilea, cuando las multitudes seguían a Jesús, cuando parecía que aquel movimiento se iba haciendo tan fuerte que podría cambiar el rumbo de la historia en un santiamén. Todo era bonito. Todo eran sonrisas. Todo era esperanza. Porque en primavera siempre nos parece todo más bonito. Pero pasa que a la primavera le sigue el verano, ya a veces muy duro, y luego el otoño y el invierno. Algo así le pasó a Jesús y a los que le seguían. Comenzó la oposición de las autoridades oficiales de la religión judía del tiempo. Los que le seguían comenzaron a ver que estar con Jesús no era sólo un paseo poético por el campo. Seguir a Jesús implicaba comprometerse, cambiar la vida, arriesgar sin estar muy seguros de adónde les llevaría aquel camino. Había empezado en Galilea pero ¿dónde terminaría? Había nubarrones de tormenta en el horizonte. Algunos, muchos, se empezaron a ir, a volverse a sus casas, a dejar a Jesús.
En ese momento es cuando se produce esta escena. Jesús pone en un brete a sus discípulos: “¿Quién decís que soy yo?” Ya no vale responder con lo que dice la gente. Ahí se tiene que poner cada uno en pie y decir lo que de verdad piensa. Ahí es donde sale Pedro. Da un paso adelante y responde: “El Mesías de Dios”.
Es sincero. Es lo que piensa. Otra cosa es que sepa o pueda respaldar esa afirmación con su propia vida. Los mismos Evangelios se encargarán de decirnos que no, que Pedro es frágil, que es miedoso, que, cuando llega la dificultad es capaz de negar haber conocido nunca a Jesús. En definitiva, que por salvar el pellejo es capaz de dejar de lado al Mesías.
Pero Pedro es también el que se arrepiente, el que reconoce su debilidad y pide perdón y vuelve a intentarlo. Siempre vuelve a intentarlo. Por muchas veces que fracase. Todo un ejemplo para nosotros. Quizá Jesús lo puso ahí, de líder de los apóstoles, como ejemplo para todos nosotros. Para que no nos desanimemos con nuestros errores repetidos, para que volvamos a intentarlo siempre. Porque la gracia y el amor de Dios es más grande que todos nuestros errores y fracasos juntos. Y vale la pena.
Fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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