Jesús decía a sus discípulos: "Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: '¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto'. El administrador pensó entonces: '¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!'. Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: '¿Cuánto debes a mi señor?'. 'Veinte barriles de aceite', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez'. Después preguntó a otro: 'Y tú, ¿cuánto debes?'. 'Cuatrocientos quintales de trigo', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo y anota trescientos'. Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz." Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho. Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien? Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes? Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero".
RESONAR DE LA PALABRA
Julio César Rioja, cmf
Queridos hermanos:
El Evangelio de este domingo, parece sacado de ese ambiente común que domina nuestro mundo, que elogia al que es hábil para robar y enriquecerse. Los astutos, como el administrador injusto del texto, son felicitados por el amo: “los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”. Lo tienen claro:” ¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza”. Voy a ganarme amigos con el dinero injusto, para que encuentre quien me reciba en su casa, me sigan votando, o pueda seguir influyendo.
Esto es, lo que estamos padeciendo y viviendo ahora, con motivo de la crisis económica. Decimos; en ocasiones ni lo decimos, que quienes se han enriquecido en esta estafa financiera, (que iban a pagar los bancos y lo único que conocemos son los grandes sueldos de esos malos gestores o sus cuentas en el extranjero), son unos canallas. Pero los premiamos dejándoles ganar más dinero, situándolos en cargos de responsabilidad, confiándoles parcelas de poder y mando, disculpándolos si son de los nuestros. La pregunta es: ¿Cómo seguimos consintiendo lo que está ocurriendo y no nos tomamos en serio la última frase de este Evangelio: “No podéis servir a Dios y al dinero”?
No proponemos aquí la miseria como modelo, Jesús ve que las personas, ponemos más la seguridad en el dinero que en Dios. Mientras haya pobres, la riqueza siempre será injusta, porque se acumula quitando a unos, para que otros tengan más. De esta codicia que está en el corazón humano, ya hablaron bastante, los Santos Padres de la Iglesia: advirtiendo que pocos, prefieren remediar las necesidades ajenas. Para el Maestro, la riqueza y la libertad del hombre, es Dios. Esta debe ser la experiencia creyente, experiencia que cambia la jerarquía de valores. Los bienes se usan, pero no son fuente de seguridad, sino de libertad. Libertad que no necesita acumular bienes, sino que utiliza los necesarios, dejando el resto para compartir.
“Ningún siervo puede servir a dos amos” y en esto andamos. Es verdad que hablamos de la opción por los pobres, de la fuerza del voluntariado y otras palabras y acciones hermosas, sin embargo: ¡cuánto nos falta de la denuncia profética de la primera lectura! Nos dice Amós: “Escuchad esto, los que exprimís al pobre, despojáis a los miserables, diciendo: ¿Cuándo pasará la luna nueva, para vender el trigo, y el sábado, para ofrecer el grano? Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo. Jura el Señor por la gloria de Jacob que no olvidará jamás vuestras acciones”. El servir a Dios, nuestro amo, es inseparable de la justicia social.
Gracias a Dios, Él no nos va a dar la razón, a unos, o a otros, ni a los que les chirrían los oídos, cuando se habla de justicia, del sistema capitalista que genera pobres; ni a los que buscan las connotaciones sociales del Evangelio. Pero, si quiere que pronunciemos su Palabra, no quiere que permanezcamos en silencio, ese silencio de los buenos y prudentes, muchas veces adormilados, por el estilo de vida burgués o de confort que llevamos, por el consumismo y la lejanía con los problemas de la gente. Él quiere que tengamos entrañas de misericordia, oídos y ojos abiertos, ante el sufrimiento de sus hijos más pequeños, para mostrar que estamos a su servicio.
Esto no quita, sino que lo supone, que como dice San Pablo a Timoteo en la segunda lectura:” Te ruego, lo primero de todo, que hagáis oraciones, plegarias, suplicas, acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los que ocupan cargos, para que podamos llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y respeto”. Eso es lo que hacemos en la Eucaristía, en el momento de las peticiones de los fieles, pedir por todos, sin olvidar que donde no hay justicia, no hay Eucaristía, el culto que Dios quiere, dice el salmo responsorial es: “levantar del polvo al desvalido, alzar de la basura al pobre”.
Fuente del comentario Ciudad Redonda
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