lunes, 19 de septiembre de 2016

RESONAR DE LA PALABRA 19092016

Evangelio según San Lucas 8,16-18. 
Jesús dijo a la gente: "No se enciende una lámpara para cubrirla con un recipiente o para ponerla debajo de la cama, sino que se la coloca sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Porque no hay nada oculto que no se descubra algún día, ni nada secreto que no deba ser conocido y divulgado. Presten atención y oigan bien, porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que cree tener". 

RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Torres cmf

      El Evangelio de este día es breve pero jugoso. Tres sentencias. Tres frases. Cada una más interesante y digna de comentario. Pero como me piden un comentario breve, vamos a centrarnos en la segunda. 

      Lo primero que le tendríamos que decir a Jesús es que, a primer golpe de vista, no es verdad lo que dice. Desgraciadamente hay muchas cosas que quedan ocultas y que no se llegan a saber. ¿Cuántos crímenes quedan sin esclarecer y sin poner al culpable en manos de la justicia? Muchos sin duda. Y en todos los países. A veces por desidia de la policía y de los jueces. A veces, simplemente porque el criminal ha sido muy listo. 

      Pero no creo que Jesús esté pensando en ese tipo de verdades o hechos y mucho menos en ese tipo de ponerse a la luz. Diría que Jesús nos está hablando a cada uno de nosotros, a lo más íntimo de nuestra conciencia. Y ahí sí que no nos escapamos. La realidad de lo que hago, de lo que siento, está clara a mis ojos. Otra cosa es que, a veces, muchas veces, me cueste ponerle nombre y prefiera yo mismo cerrar los ojos y mirar a otro lado para no ver mis propias vergüenzas. La realidad es que eso que trato de ocultar termina saliendo de una u otra manera. Por mucho que lo intente esconder, me va a salir en malos humores, en temores, en infelicidad...

      Pongamos por caso que siento rabia frente a una persona. Sentí que me hizo un agravio. Quizá me vengué. Hice algo que sé que estaba mal hecho pero nadie se dio cuenta. Eso que hice se me quedó en la conciencia. Sé que no debía haberlo hecho pero lo hico. Y ahora llevo ese peso en mi corazón. Con el tiempo voy dejando esa herida tapada por muchas otras cosas que pasan en mi vida. Creo que ya está olvidado y superado. Pero la verdad es que está ahí. Brota de vez en cuando, duele, me transforma el carácter, me deja triste. 

      Esa herida sólo puede curarse cuando soy capaz de ponerla a la luz, de reconocer que hice lo que no debía, de reconciliarme conmigo mismo y de pedir perdón a aquel a quien hice daño. 

      Algo tan sencillo –y tan complicado de hacer– es lo que Jesús nos está diciendo. El reino de que nos habla Jesús nos invita a la reconciliación. Con nosotros mismos y con los demás. Perdonar y perdonarnos y ser perdonados. Todo es necesario. Aceptando humildemente nuestras limitaciones y nuestros errores. No negando lo que hemos hecho sino reconociéndolo y viviendo el perdón. El que nos da Dios con generosidad de Padre, el que nos tenemos que dar a nosotros mismos –a veces el más difícil– y el que debemos solicitar con sencillez de corazón a los demás.

Fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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