Hoy recordamos a San Bartolomé, uno de los apóstoles cuyo nombre aparece en todas las listas apostólicas (Mateo 10, 2-4; Marcos 3, 16-19; Lucas 6, 14-16; Hechos 1, 13).
En el Evangelio de San Juan, Felipe buscó a Natanael y le habló de Jesús. Dado que Bartolomé se nombra después de Felipe en todas las listas sinópticas, y dado que Bartolomé no aparece en el Evangelio de San Juan, ni Natanael en los sinópticos, se piensa que Natanael y Bartolomé eran la misma persona, cuyo nombre y apellido serían Natanael Bartolomé.
Natanael era un israelita “sin engaño” (Juan 1, 47). El evangelista puso énfasis en esto diciendo que Jesús lo vio sentado “bajo la higuera” (Juan 1, 48), lugar al que tradicionalmente los “justos” acudían para estudiar y meditar acerca de las cosas de Dios. Por la pureza de su corazón, Natanael pudo dejar de lado las ideas preconcebidas que impedían que muchos de sus compatriotas judíos reconocieran que Jesús era el Mesías, y declarar que Jesús era “el Hijo de Dios” y “el Rey de Israel” (Juan 1, 49), términos de clara connotación mesiánica.
¿Qué significa para nosotros no tener “ningún engaño”, como Natanael? No es sólo esforzarse por vivir honesta y moralmente o por cumplir los mandamientos. No tener engaño supone un corazón transparente, que no guarda nada contra nadie. En esto se ve el deseo de adoptar de corazón la vida de Dios y ser santos como él es santo. No tener engaño no sólo implica esforzarse por actuar honestamente, sino buscar a Dios cada día y responder a su gracia.
Es claro, pues, que efectivamente podemos tener un corazón sin doblez ni engaño. Si bien la mente y el corazón están condicionados por el pecado (Romanos 3, 23), todos podemos ser transformados por el Bautismo en la muerte redentora y la resurrección de Jesús y por la fe en él. Si fijamos la mirada en Cristo y aceptamos lo que él nos enseña en la oración diaria y en la lectura de los Libros Sagrados, y si somos fortalecidos por la Eucaristía y liberados por el arrepentimiento de nuestros pecados, podemos comenzar a experimentar esta transformación. Si buscamos a Dios, como Natanael, se nos renovarán la mente y el espíritu y seremos capaces de ver y entender las realidades celestiales (Juan 1, 51).
“Jesús, Señor mío, purifica mi corazón y concédeme el deseo de buscar tu faz. Ayúdame a dejar de lado las cosas que empañan mi entendimiento para que pueda regocijarme en tu amor.”
Apocalipsis 21, 9-14
Salmo 145(144), 10-13. 17-18
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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