Mateo 23, 13
Es cierto que algunos consideran que Jesús les hablaba a los escribas y fariseos con demasiada dureza, aunque éstos sin duda lo merecían, pero en realidad, los “ayes” que pronunciaba el Señor no eran palabras condenatorias, sino lamentos del corazón de Dios, que se sentía dolido por el pecado persistente de su pueblo y el rechazo de los hombres incrédulos y arrogantes.
Precisamente por su gran amor, Jesús sufre cuando los creyentes prefieren su propio entendimiento de las verdades cristianas. Si ponemos atención de verdad, tal vez escuchemos que el Señor nos dice algo como: “¡Ay de ustedes, que consideran que la fe y la salvación se reducen nada más que a obligaciones que tienen que cumplir!”, o bien, “¡Ay de ustedes, que desprecian mis mandamientos y disculpan cualquier pecado porque suponen que mi amor lo va a excusar!”
Pero estos “ayes” no son para decirnos que somos perfectos o imperfectos, porque todos entristecemos el corazón de Dios en distintas formas, sino para llevarnos a considerar que estos “ayes” son invitaciones directas de Cristo para que decidamos arrepentirnos y renunciar a todo lo que es ofensivo para él o deshonroso para nosotros mismos. El Señor quiere hacernos ver nuestras fallas y defectos, pero más aún ¡transformarnos en su imagen y semejanza! Quiere darnos un corazón dócil y receptivo a su poder y su sabiduría.
Alguien que al principio se resistió mucho a creer en Cristo fue San Agustín. Hoy honramos a Santa Mónica, su madre, cuya santidad y las oraciones que ella elevó con mucha fe, lágrimas y esperanza durante más de 25 años por su hijo rebelde y mundano terminaron por llevar a éste a los pies de Cristo. Agustín se convirtió, se hizo sacerdote y llegó a ser obispo de Hipona, en el norte de África. Muchos años después, fue declarado santo y doctor de la Iglesia. Incluso Patricio, el marido de Mónica, que era un hombre áspero y de mal carácter, también se convirtió finalmente y fue bautizado antes de morir.
¿Qué podemos deducir de esto? Que la oración de una esposa o de una madre es muy poderosa y eficaz. Si tu marido o tu hijo es incrédulo, rebelde o descarriado, abre tu corazón ante Jesús y pídele por su conversión y su salvación.
“Santa Mónica, te rogamos que intercedas ante Dios por todos los maridos e hijos incrédulos que han endurecido el corazón, para que finalmente les llegue la luz y se conviertan a Cristo.”
2 Tesalonicenses 1, 1-5. 11-12
Salmo 96(95), 1-5
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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