Mateo 25, 2
En la parábola de las diez vírgenes, Jesús separó a sus seguidores en dos grupos: los prudentes y los descuidados. Los prudentes representan a los que orientan sus pasos por los caminos de Dios y están preparados para salir a su encuentro.
¿Cómo podemos reconocer al Señor cada día? La oración, la lectura de las Escrituras, y el examen de conciencia son ayudas de incalculable valor. También las obras de misericordia corporales y espirituales sensibilizan el alma a las cosas de Dios.
En toda parroquia católica siempre hay una luz encendida junto al sagrario, donde se mantiene la presencia sacramental de Cristo Eucaristía todos los días del año, salvo el Viernes Santo. De manera similar, si mantenemos la lámpara de nuestro corazón encendida y llena del aceite del Espíritu, mediante la oración y la meditación de la Palabra de Dios, estaremos preparados para escuchar la voz de Dios y responder correctamente.
Finalmente, estemos atentos a lo que pasa por nuestra mente durante el día y arrepintámonos cuando sea necesario; eso nos ayudará a mantenernos firmes en esta nueva vida con Jesús: “Viviendo siempre atentos y vigilantes, pongan toda su esperanza en la gracia que les va a traer la manifestación gloriosa de Jesucristo” (1 Pedro 1, 13).
Si dejamos que el Espíritu Santo nos inspire interiormente a través de la oración, el arrepentimiento y la Palabra de Dios, seremos capaces de realizar “el bien que Dios ha dispuesto que hagamos” (Efesios 2, 10). San Juan Crisóstomo dijo que el aceite de las lámparas de las vírgenes era las “limosnas, [y la] ayuda a los necesitados” (Homilía sobre San Mateo, 78). Cuando servimos a los necesitados y ayudamos a los desamparados, nos encontramos con Jesús, que también está en ellos.
El trabajo de preparación es mínimo comparado con lo que el Señor hace en nosotros. Él nos da todo lo necesario para estar bien dispuestos para encontrarnos con él y así lo ha prometido. A nosotros nos toca ahora, pues, cumplir nuestra parte y vivir de un modo fiel, motivados por el amor y la verdad, a fin de que un día lleguemos a aquel lugar que el Señor tiene preparado para sus fieles (v. Juan 14, 3).
“Señor, tú eres mi luz y mi salvación. Ilumina mi alma, mi mente y mi corazón, para que yo también sea luz para los que no te conocen y así haya otros que lleguen a salvarse por tu acción en mí.”
1 Corintios 1, 17-25
Salmo 33(32), 1-2. 4-5. 10-11
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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