Leyendo el Evangelio de hoy nos enteramos de que al final de los tiempos se celebrarán las bodas del Hijo de Dios con la Iglesia y que el Padre ha invitado a todos los pueblos a participar en el banquete real, como lo anunció el profeta Isaías: “El Señor del universo preparará sobre este monte un festín con platillos suculentos para todos los pueblos” (Isaías 25, 6).
Esta invitación está igualmente prefigurada en la parábola del banquete de bodas, un festejo del que no se excluye a nadie.
El Señor no invita sólo a los importantes, sino a toda persona, cualquiera sea su estado de vida, posición social, medios económicos, origen racial o étnico, edad o educación. Las diferencias sociales eran tan radicales en la antigüedad como lo son actualmente. Los fariseos contemporáneos de Cristo, por ejemplo, despreciaban a los cobradores de impuestos y pecadores, que en general aceptaron a Jesús antes que ellos (Mateo 9, 10-12). Hoy, los más educados y acomodados suelen menospreciar el Evangelio, mientras los pobres y los humildes lo aceptan con alegría.
Dios nos invita a todos a saborear su inmenso amor en el Sacramento de la Sagrada Eucaristía, y cuando lo recibimos, el deseo de estar presentes en el banquete celestial venidero aumenta en nosotros. ¿Cómo vas a responder tú, hermano, a la invitación que te hace el Señor a participar en el banquete de bodas de su Hijo? ¿Estas demasiado ocupado con el trabajo y los negocios del mundo? ¿O respondes con el corazón rebosante de amor y gratitud por la vida nueva y la oportunidad que te da el Señor de morar en su casa para siempre? (Salmo 23, 3. 6).
Jesús dijo: “Muchos son invitados, pero pocos son escogidos.” ¿Por qué expulsó el rey al hombre que no estaba vestido adecuadamente? Porque éste no consideró que la invitación era un gran honor y no se molestó en “revestirse del hombre nuevo, creado para ser semejante a Dios en verdadera justicia y santidad” (Efesios 4, 24). Los invitados, ataviados de gala para la boda, reconocieron que la magnificencia de la misericordia y el amor de Dios era la única fuente de fortaleza y esperanza para ellos, por eso se “revistieron” de la misericordia del Señor.
“Amado Señor Jesús, quiero recibir de corazón el don del amor y la gracia de Dios en la Eucaristía y aceptar de todo corazón tu invitación a participar en el banquete de las Bodas del Cordero al final de los tiempos.”
Ezequiel 36, 23-28
Salmo 51(50), 12-15. 18-19
fuente: Devocionario católico La Palabra con nosotros
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