sábado, 25 de agosto de 2018

Meditación: Mateo 23, 1-12

No imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra.
Mateo 23, 1


Los escribas y fariseos ocupaban el lugar de Moisés y enseñaban alegando ser sucesores del patriarca. Sin embargo, aun cuando gran parte de su enseñanza sobre la obediencia a la ley de Dios y acerca del Antiguo Testamento era correcta, su vida práctica no reflejaba tales verdades. Jesús les criticaba su deseo de que la gente los admirara y les llamara “maestros”.


Algunos competían para ver quién llevaba las “filacterias” más grandes y vistosas (pequeños relicarios donde llevaban trocitos de pergamino con secciones de la Escritura que usaban para las oraciones) y quién ocupaba los puestos de honor en las reuniones sociales y religiosas. En este discurso, Jesús condenaba la hipocresía de esa ostentación religiosa y la contrastaba con el ideal cristiano de la autoridad ejercida mediante el servicio humilde.

En Jesús se rompe el molde de los maestros que “no practican lo que predican” (Mateo 23, 3) porque él mismo vivió perfectamente todo lo que enseñó. Probablemente esto lo vemos más claramente en su humillación en la cruz: El Siervo-Rey que está ahora exaltado en las alturas (Filipenses 2, 6-11; Mateo 23, 12).

Precisamente por la perfecta vida de autoridad suprema expresada en el servicio humilde y generoso que llevó Jesús es correcto llamarlo Maestro y Señor; porque no es como los que usan esos títulos para buscar ventajas personales y recompensas terrenales. Cristo, gracias a su vida y su muerte, nos lleva al cielo; de modo que, si lo escuchamos y lo seguimos, somos buenos discípulos. Para ello conviene pedirle que nos guíe, que escuchemos su voz en la Escritura, lo recibamos en la Eucaristía y sigamos sus enseñanzas.

La Madre Teresa nos habla de depositar la confianza y el amor en Jesús: “Una cosa me pide Jesús: que me apoye en él; que en él y sólo en él ponga toda mi confianza; que me rinda ante él sin reservas… sin tratar de controlar la acción de Dios… sin desear entender cómo avanzo por el camino, sin saber precisamente dónde voy por la senda de la santidad. Le pido que me haga santa, pero debo dejar que él decida cuál será mi santidad y más aún qué medios me conducirán a ella” (Total Surrender, pp. 39-40).
“Señor Jesús, ayúdame a dedicar tiempo para escucharte; concédeme tu fortaleza, para que yo sepa poner tus palabras en práctica. No permitas que tus palabras regresen a ti vacías.”
Ezequiel 43, 1-7
Salmo 85(84), 9-14

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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