El Evangelio de hoy es una advertencia. ¡Hay que estar preparados porque en cualquier momento viene el Señor!
No necesariamente que vaya a cumplirse su Segunda Venida, que está anunciada en la Sagrada Escritura, cosa que de hecho sucederá sin ninguna duda en algún momento de la historia humana; sino que el Señor puede venir a la vida de cada uno en el momento menos pensado. ¿Cómo? Puede ser por medio de una experiencia personal de revelación, por un encuentro fortuito con un necesitado, por una tribulación en la vida o un accidente grave o incluso por haber llegado repentinamente la hora de la muerte.
Por eso nos conviene estar atentos, porque no sabemos cuándo va a venir el Señor y lo cierto es que cada uno tiene alguna responsabilidad que cumplir en el Reino de Dios. Cuando venga el Señor ¿nos encontrará distraídos, relajados y unidos a los que sirven a los ídolos y poderes de este mundo, o trabajando con fidelidad y dedicación en nuestra propia santificación y la de nuestros familiares y amigos?
Pero el Señor no viene solamente cuando ocurre algo grave o trascendental. Muchas veces viene a nosotros en las realidades cotidianas, y hemos de estar preparados mediante la oración, llevando una conducta recta, como de fieles auténticamente convertidos y obedientes a la Palabra de Dios; mediante la práctica de la justicia y la misericordia, especialmente frente a los necesitados y marginados. “Manténganse ustedes despiertos” nos aconseja el Señor, para que su venida no nos sorprenda en posición desventajosa.
Ahora bien, ¿cómo nos mantenemos “despiertos”? Haciendo lo que Jesús nos ha mandado hacer: cumplir cabalmente nuestras obligaciones; realizar el trabajo con toda honradez; ser justos y misericordiosos. Amarse y perdonarse mutuamente; preocuparse de los pobres y los discriminados; compartir nuestros bienes. Es decir, nos mantenemos despiertos cuando nos ocupamos constantemente en la construcción del Reino de Dios, en la familia, la comunidad, el trabajo y en todas partes. Si vivimos de esta forma, apoyados en la oración y nutridos con la Palabra de Dios y los Sacramentos, no seremos sorprendidos cuando llegue el Señor.
“Señor mío Jesucristo, te amo sobre todas las cosas y quiero ser un discípulo auténtico tuyo. Dame tu fortaleza para rechazar el pecado habitual, revestirme de tu bondad y amar a mis semejantes como tú me amas a mí.”
1 Corintios 1, 1-9
Salmo 145(144), 2-7
fuente: Devocionario Católico La Palabra de Dios
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