porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña.Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña.Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza,les dijo: 'Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo'.Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo.Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: '¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?'.Ellos les respondieron: 'Nadie nos ha contratado'. Entonces les dijo: 'Vayan también ustedes a mi viña'.Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: 'Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros'.Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario.Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario.Y al recibirlo, protestaban contra el propietario,diciendo: 'Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada'.El propietario respondió a uno de ellos: 'Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario?Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti.¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?'.Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos».
RESONAR DE LA PALABRA
Queridos hermanos:
Esta parábola me suscita una especial simpatía. Aunque quizá ésta sea la excusa, el parapeto que me he construido para no tomármela en serio de verdad. El texto es hermoso, pero al mismo tiempo bien duro. Un genial dibujante español fallecido hace poco, D. Antonio Mingote, percibió su significado con una chispa admirable y hace unos años publicó una serie de dibujos en los que aparecíamos retratados serios católicos, muy merecedores de respeto, en un conjunto titulado “Al cielo iremos los de siempre”.
Esos somos “los de siempre”, aquellos que a menudo teniéndonos por justos despreciamos a los demás (cf. Lc 18, 9), los que sí creemos y nos comportamos “como Dios manda” (¡pobre Dios muchas veces!).
He aquí una de nuestras principales tentaciones: considerarnos “los de siempre” y decirle al Señor que no puede tratar igual a quienes han venido después o no se entregan tanto a las tareas del Reino. ¿Cómo les va a pagar lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el calor y el trabajo de toda la jornada? ¡Qué sabia es la Madre Iglesia cuando traduce las renuncias que acompañan el Bautismo y nos pregunta: “¿renunciáis a Satanás, esto es: a estar muy seguros de vosotros mismos, a consideraros ya convertidos del todo, a creeros superiores a los demás…?”!
Es tiempo de dejar a Dios ser Dios; de reconocer que Él sí puede hacer lo que le venga en “su real gana”. ¿O es que nos molesta que sea más generoso, desprendido y sensible que nosotros? Ay, ay, ay… Cuidado: en una situación parecida (Mt 16, 23), Jesús acabó llamando Satanás a Pedro: “¡Aléjate! Piensas como los hombres, no como Dios”.
CR
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