jueves, 6 de septiembre de 2018

El hijo pródigo vuelve a casa

Repetimos esta historia toda vez que nos confesamos 

Todas las veces en que nos vamos a confesar repetimos la historia del hijo pródigo, porque tenemos el coraje de levantarnos y volver a la casa del Padre. 

Una vez me llamaron para rezar por un joven, y es lo que gusto de hacer, rezar por aquellos que son tenidos como ovejas perdidas. Entonces fui a la casa de esta familia que era muy rica. Era una mansión, entré para rezar, sin embargo, cuando paré frente al cuarto, que estaba todo oscuro, desde de la puerta vi que allá estaba el muchacho y que él tenía lepra. Desde la puerta comencé a rezar por él, pues todo el miedo de la lepra vino a mi corazón. Y una más vez el Señor hablaba conmigo: ‘¿Rufus, que yo haría en tu lugar?’, entonces, me acordé de que Jesús tuvo compasión de aquellos que venían en su búsqueda y la primera cosa que el Señor hacía era recibirlos y después los curaba. 

Entonces, entré en el cuarto y di una sonrisa a aquel joven, y él me sonrió también; después fui diciéndole palabras de cariño, y él también me respondía con palabras de cariño, enseguida el tomó mi mano y la colocó sobre su cabeza y comencé a rezar por él. Percibí que aquel joven necesitaba más de cura emocional que física, pues se sentía rechazado por la familia. 

Después de algunos meses lo volví a encontrar – en el Centro de Evangelización Carismática de Bombaim – completamente curado. No lo reconocí en el principio, pues cuando lo vi la primera vez su rostro estaba desfigurado, sus dedos torcidos a causa de la lepra. Pero, en aquel momento, yo lo veía en mi frente con una nueva faz, y con las manos blandas y los dedos perfectos. 

Encontré a este muchacho otras veces en una de las cuales me dijo que deseaba casarse, pero sentía miedo de ser rechazado a causa de la enfermedad que tuvo, le pregunté si quería que rezara por esa intención y el me respondió que sí. Después lo volví a encontrar ya casado y me dijo que esta vez él deseaba que rezará para que su esposa pudiese quedar embarazada; más tarde, su mujer quedó embarazada, entonces, ellos me pidieron para rezar nuevamente para que el hijo fuera saludable, y nació saludable. 

Años después, yo estaba en el mayor centro de evangelización del mundo, y después de mi charla fui para mi cuarto a descansar, desde ahí oí al que estaba predicando y reconocí la voz, entonces volví y cuando llegué allá las lágrimas rodaron de mis ojos, porque allá estaba el joven de la lepra, y ahora aquel joven era el predicador de la mayor casa de retiros católicos del mundo. El hijo pródigo había vuelto a la casa del Padre.

p. Rufus Pereira

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