viernes, 7 de septiembre de 2018

Meditación: 1 Corintios 4, 1-5

El Señor es quien habrá de juzgarme.
1 Corintios 4, 3

¡Cuánto nos importan el prestigio social y la posición económica! San Pablo, en cambio, no se preocupaba de lo que otras personas pensaran de él. Los títulos por los cuales quería ser conocido eran bastante humildes según las costumbres de cualquier época: servidor de Cristo, administrador de los misterios de Dios. ¡Es decir, muestras de poder e influencia que no impresionan a nadie!

¿Cómo llegó Pablo a desestimar tanto el afán de reconocimiento y prestigio social? Lo logró adquiriendo el conocimiento de que, si estamos en Cristo, poseemos todo lo que vale la pena poseer, porque tenemos a Jesús y él nos tiene a nosotros (1 Corintios 3, 21). San Pablo bien pudo haber rezado con las palabras del salmo: “¿A quién tengo en el cielo? ¡Sólo a ti! Estando contigo nada quiero en la tierra” (Salmo 73, 25). El apóstol puso toda su vida en manos del Señor y encontró tal alegría y contento en ello que las opiniones y las críticas del mundo perdieron toda importancia para él.

Además, Pablo no procuraba ganarse el reconocimiento público, pero tampoco temía el rechazo de los demás; por eso dijo a los corintios: “Lo que menos me preocupa es que me juzguen ustedes o un tribunal humano.” Había una sola persona a quien Pablo quería complacer, una sola persona a quien no quería decepcionar: Jesucristo, el Mesías. El Señor le había dado tanto entendimiento al apóstol que éste no se preocupaba en absoluto de lo que la gente pensara de él.

Así, Pablo, teniendo el corazón lleno de la presencia de Cristo, era libre para amar a los corintios. En efecto, en lugar de buscar admiración, simplemente quería servirlos, evitando que su persona, como mensajero, les distrajera del mensaje de la salvación en Cristo que les anunciaba. Pablo nos señala el camino, y si ponemos toda la atención en el Señor y nos dedicamos a ser administradores de los misterios divinos, Jesús vendrá a llenar también nuestro entendimiento. Así tampoco tendremos razones para preocuparnos de lo que otras personas piensen de nosotros. De lo que sí tenemos que preocuparnos es de si estamos agradando al Señor con la forma como estamos viviendo nuestra fe.
“Espíritu Santo, Señor, lléname el corazón y la mente de la presencia de Jesús. Que mi gozo esté en saber que he sido redimido por la sangre del Cordero y que todas las cosas son mías en Cristo Jesús, y que yo le pertenezco a él.”
Salmo 37(36), 3-6. 27-28. 39-40
Lucas 5, 33-39
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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