martes, 4 de septiembre de 2018

Meditación: Lucas 4, 31-37

Jesús le ordenó: “Cállate y sal de ese hombre”
Lucas 4, 35

Jesús demostraba la autoridad de sus palabras realizando obras extraordinarias de poder milagroso, y la gente se quedaba maravillada. Así sucedió en la ciudad de Cafarnaúm, donde comienza presentando ciertos signos que muestran que la buena nueva del Reino es una realidad concreta e innegable. El primer signo es la Palabra de Dios, una palabra que enseña con autoridad y expulsa las malas influencias que esclavizan al ser humano y trastornan la vida familiar y social.

El Señor se dedicaba a enseñar en la sinagoga, pero lo hacía “con autoridad” porque no se limitaba a repetir las doctrinas tradicionales de los maestros de la ley, ni a refirmar lo ya dicho por otros maestros (según la costumbre rabínica). Lo que hacía era interpretar la Escritura bajo la nueva luz del Espíritu Santo, de manera que abría un nuevo cauce de gracia que penetraba hasta la conciencia de sus oyentes (“Todos estaban asombrados de sus enseñanzas”).

Por el contrario, el maligno procura imponerse por la fuerza y siempre deja a su paso una humanidad cada vez más empobrecida, violenta, encadenada y dividida, pues la suya es una palabra condenatoria, que corroe la conciencia de aquellos cuyo espíritu no ha sido renovado por la gracia. Pero, ante la presencia del mal, la respuesta del Señor es contundente: “¡Cállate y deja a este hombre!” Al mal no se le puede tratar con cautela ni ambigüedad; hay que combatirlo directamente, con la verdad y con humilde firmeza, para que no oprima ni destruya la convivencia social.

La experiencia del endemoniado nos invita a reflexionar sobre el significado vital que él descubrió en su encuentro con Cristo. Con su sola palabra, el Señor expulsa al demonio, lo cual es sin duda un mensaje de confianza para nosotros. Es como si Lucas nos dijera: “Tengan confianza, porque el poder del mal le está sometido a Jesucristo y él puede expulsar al maligno que atormente a cualquier persona.”

Lo que marca la diferencia es la fe en el Mesías de Dios. A cuantos se ocultan en las tinieblas del pecado, el Señor los llama a salir a la luz para que sus malas obras queden expuestas, se arrepientan y se salven; de lo contrario estarán optando por una espantosa eternidad de tormento inacabable. Querido hermano, ¿dónde te encuentras tú? Si no vives plenamente en la luz de Cristo, el Señor quiere sacarte de las penumbras y traerte a su lado.
“Amado Jesús, no permitas, te lo ruego, que el mal me domine a mí ni a ninguno de mis seres queridos.”
1 Corintios 2, 10-16
Salmo 145(144), 8-14
fuente: Devocionario católico La Palabra con nosotros

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