lunes, 15 de abril de 2019

COMPRENDIENDO LA PALABRA 150419


Derramar a los pies de Cristo el perfume de la compasión

Os he hablado ya de dos perfumes espirituales: el de la contrición, que se extiende a todos los pecados –cuyo símbolo es el perfume que la mujer pecadora ha derramado a los pies del Señor: “Toda la casa quedó llena de su olor”; y hay también el de la devoción, que encierra todos los beneficios de Dios… Pero hay un perfume que va mucho más allá de estos dos; lo llamaré el perfume de la compasión. Está compuesto, en efecto, de los tormentos de la pobreza, de las angustias en que viven los oprimidos, de las inquietudes de la tristeza, de las faltas de los pecadores, es decir, de todo el dolor de los hombres, incluso de nuestros enemigos. Estos ingredientes parecen indignos y, sin embargo, el perfume que ellos desprenden es superior a todos los demás. Es un bálsamo que cura: “Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7).
De esta manera, pues, una gran cantidad de miserias reunidas, bajo una mirada compasiva, pasan a ser esencias preciosas… ¡Dichosa el alma que se ha preocupado de proveerse de estos aromas, de derramar el aceite de la compasión y cocerlos con el fuego de la caridad! ¿Quién os parece que es este hombre “dichoso que se apiada y presta” (sl 115,5), inclinado a la compasión, dispuesto siempre a socorrer a su prójimo, más contento cuando da que cuando recibe? ¿Quién es este hombre que perdona ampliamente, que resiste a la cólera, que no consiente a vengarse, y en todas las cosas mira como propias las miserias de los otros? Cualquiera que sea esta alma impregnada del rocío de la compasión, con el corazón desbordante de piedad, que se hace todo a todos, que para ella misma no es sino como un jarro resquebrajado que no es capaz de guardar nada, esta alma que ha muerto a ella misma y vive únicamente para el otro, tiene el gozo de poseer este tercer perfume que es el mejor. De sus manos destila un bálsamo infinitamente precioso (cf Ct 5,5) que no dejará de derramar en la adversidad y que el fuego de la persecución no será suficiente para que se seque. Porque Dios se acordará siempre de sus sacrificios.


San Bernardo (1091-1153)
monje cisterciense y doctor de la Iglesia
Sermón 12 sobre el Cántico de los Cánticos

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