Hechos 4, 10
Hoy leemos que el cojo de nacimiento fue sanado en el poderoso nombre de Jesús y pudo finalmente entrar en el templo brincando de gozo y alabando a Dios. El milagro fue tan magnífico que se formó un tumulto, y Pedro les anunció la resurrección de Jesús y el mensaje de la salvación, de la cual la curación del cojo era una prueba irrefutable. ¡Qué gozosa esperanza debe haberse apoderado de los presentes que creyeron! Así fue como se formó la primera comunidad cristiana, llena de júbilo y de la presencia del Señor.
Pero las autoridades religiosas rechazaron la buena noticia. Pese a la evidencia del ex lisiado que tenían ahora de pie ante sus ojos y al hecho de que ellos mismos admitían que esto se debía a algún poder sobrenatural, no quisieron aceptar la explicación que Pedro y Juan les dieron. En esto se ve claramente la dureza de su corazón. Veían con sus propios ojos a un hombre que hasta hacía unos momentos era inválido y que ahora saltaba y alababa a Dios —muestra innegable de una curación milagrosa— pero no quisieron aceptarlo.
A veces nosotros los creyentes también reaccionamos con dureza de corazón, incluso cuando vemos algo que sin lugar a duda es obra del Señor. Esto se debe a las ideas preconcebidas y erróneas que a veces tenemos acerca de Dios, porque si creemos que él no es más que un juez severo y no un Padre bondadoso y compasivo, tendemos a oponer resistencia. Otras ocasiones en las que se nos endurece el corazón son cuando nos negamos a perdonar a alguien o cuando insistimos tanto en nuestros propios razonamientos que nos cerramos por completo a las inspiraciones del Señor.
Dios desea sanar a todos sus hijos y darles un corazón dócil. Ahora mismo, mientras usted lee estas líneas, ore para que el Señor le toque el corazón; búsquelo y dígale que quiere conocerlo más y que desea recibir una gracia más grande de fe y confianza. Dios le escuchará y le dará la capacidad de aceptar cualquier cambio que sea necesario. Todo lo que él quiere es que usted tenga un corazón humilde en su presencia.
“Jesús, Señor mío, resucitado y exaltado, toca mi corazón y suavízalo. Me presento delante de ti con humildad. Quiero recibir todo lo que desees darme en todos los aspectos de mi vida.”
Salmo 118 (119), 1-2. 4. 22-27
Juan 21, 1-14
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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