«El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: "Realmente este hombre era Hijo de Dios"»
«En el principio ya existía la Palabra, la Palabra de Dios» (Jn 1,1). Él es idéntico a sí mismo; lo que es, lo es siempre; no puede cambiar, es el ser. Es el nombre que él mismo dio a conocer a su siervo Moisés: «Soy el que soy» y «Tú dirás: El que es, me ha enviado» (Ex 3,14)... ¿Quién puede comprenderlo? ¿O quién podrá llegar a él –suponiendo que dirija todas las fuerzas de su espíritu para alcanzar totalmente al que es? Lo compararé a un exiliado que, de lejos ve su patria, pero el mar le separa de ella; ve dónde desea ir, pero no ve los medios para llegar a ella. Así es lo que nos pasa a nosotros: queremos llegar a este puerto definitivo que será nuestro, allí donde está el que es, porque sólo él es siempre el mismo, pero el océano de este mundo nos corta el camino...
Para proporcionarnos cómo llegar a ella, el que nos llama vino de allá, y escogió un madero para que pudiéramos atravesar el mar: sí, nadie puede atravesar el océano de este mundo si no es llevado por la cruz de Cristo. Incluso un ciego puede aferrarse a esta cruz; si no ves bien dónde vas, no la sueltes: ella misma te conducirá. Ved, hermanos, lo que quisiera hacer comprender a vuestros corazones: si queréis vivir en espíritu de piedad, en el espíritu cristiano, sujetaos a Cristo tal cual él se hizo por nosotros, a fin de encontrarle tal cual es y tal cual ha sido siempre. Es para eso que descendió hasta nosotros, porque se hizo hombre para llevar a los enfermos, hacerles atravesar el mar y hacerles llegar a la patria donde ya no hay necesidad de barco porque ya no hay ningún océano para atravesar. Después de todo mejor sería no ver a través del espíritu, al que es y abrazar la cruz de Cristo, que verle a través del espíritu y menospreciar la cruz. ¡Qué podamos, para nuestra dicha, ver al mismo tiempo dónde vamos y agarrarnos a la nave que nos lleva...! Algunos lo han conseguido, y han visto y han visto qué es. Precisamente es porque le vio que Juan ha dicho: «En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios». Le han visto, y para llegar a lo que habían visto de lejos, se sujetaron a la cruz de Cristo, y no menospreciaron la humildad de Cristo.
San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sermones sobre el evangelio de san Juan, nº 2
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