Juan 8, 32
Los detractores de Jesús se sentían sumamente seguros de su convicción religiosa. Provenían del noble linaje de Abraham, Moisés y David, por lo que suponían que nadie podría pensar que eran esclavos de alguien, ¡y menos aún que lo dijera un “hijo de vecino”, como consideraban a Jesús! Pero lo cierto es que todo ser humano —sépalo o no— experimenta la esclavitud del pecado, es decir, el egoísmo y los apegos a las cosas mundanas.
Jesús enseñó que el pecado esclaviza. Cuando tratamos de seguir nuestro propio camino y nos “desentendemos” de Dios, terminamos encadenados por el pecado, y el pecado nos ciega y nos impide ver las otras opciones saludables y vivificantes que tenemos, de manera que nos privamos de la libertad de escoger. En efecto, caer en el círculo vicioso de la desobediencia es más fácil de lo que suele pensarse, y uno termina por seguir sus propias inclinaciones egoístas y no hacer caso del daño que se está causando a sí mismo y a los demás.
Afortunadamente, la libertad que Jesús ganó en la cruz para todos nos devuelve la capacidad de amar y decidirnos por Dios por encima de todo lo demás. Ahora depende de nosotros que aprendamos a aceptar esa libertad para experimentar la transformación. Esta es la razón por la cual el Sacramento de la Confesión es un magnífico regalo. Cuando confesamos nuestros pecados, Jesús no se limita a perdonarnos, sino que en cada confesión derrama su gracia a torrentes y nos comunica fuerzas para librarnos más y más del pecado y de sus nefastos efectos.
Para nadie es novedad que la tentación puede ser muy fuerte, pero por graves y arraigados que sean los pecados, Jesús es infinitamente más poderoso que cualquier mal y su misericordia se renueva cada día. Ya estamos bien adentrados en la Cuaresma. ¿Por qué no vas a confesarte para despojarte de todo el lastre de culpas, errores y pecados que llevas a cuestas día a día, para que Cristo te libre y su gracia se haga presente en tu vida libremente? Tal vez no lo percibas de inmediato, pero el perdón de Jesús puede sacarte de la esclavitud y así estarás más libre para ser fiel a Dios en toda situación.
“Señor Jesús, líbrame de la atadura de la maldad para que yo aprenda a amarte por sobre todas las cosas y tratar a mis familiares y amigos con generosidad y amabilidad.”
Daniel 3, 14-20. 49-50. 91-92. 95
(Salmo) Daniel 3, 52-56
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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