"Ella (María Magdalena) fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban. Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y lo había visto, no le creyeron " (Mc. 16,10-11).
La Buena Nueva, la noticia nueva que es buena para siempre y para nuestro corazón, es que Él está vivo y resucitado. Quien lo experimentó, quien lo vio testificará a quien no le ha visto, a quien está incrédulo, triste y desanimado, a quien tiene el corazón desalentado, la certeza de que resucita también nuestro corazón y nuestra vida, la certeza de que Jesús está vivo y resucitado.
Lo que el evangelista Marcos narra son las incredulidades manifestadas de diversas maneras. Muchos no creyeron en el testimonio de Magdalena. Jesús se apareció a dos de sus discípulos con otra apariencia, ellos también anunciaron que vieron a Jesús, pero tampoco dieron crédito a estos dos discípulos. Jesús también se apareció a los once, comió con ellos, y Jesús los reprendió a causa de la dureza de corazón, a causa de la falta de fe y porque no habían creído en el testimonio de la resurrección.
Nosotros somos estos discípulos, pues, muchas veces, permanecemos incrédulos, con el corazón endurecido; y si el corazón no se abre, no se dilata ni se sumerge en Dios, en la experiencia viva con Él, tampoco experimenta al Resucitado, ni cree en Él y Su Palabra no actúa ni penetra en nosotros.
No dejemos que nuestro corazón sea tomado por la insensibilidad, porque, lentamente, de a poco, nos va a faltar fe.
Existe una dureza que percibo cada vez más presente en medio de nosotros, y esa dureza se llama "indiferencia". Vamos a la Misa, pero, muchas veces, estamos sólo de cuerpo presente, porque el corazón no consigue absorber, no consigue experimentar, no consigue sumergirse en la presencia del Resucitado. Algunas veces, son los ruidos dentro de la iglesia, pero no es principalmente el ruido que viene de fuera, es el ruido que viene de dentro, es el ruido que nos está inquietando, perturbándonos, está creando toda esa ansiedad que nos rodea, que no nos permite escuchar, experimentar ni ver al Señor.
No dejemos que nuestro corazón sea tomado por la insensibilidad, porque, en poco tiempo, nos va a faltar fe, el corazón se va a endurecer. No basta saber que Jesús está vivo, pues los discípulos lo sabían, pero estaban viviendo una experiencia muerta, porque no dejaron la fe resucitar con Él.
O permitimos a Jesús resucitar nuestra fe o no experimentaremos los frutos de su resurrección en nuestras vidas. Salgamos de la insensibilidad, de la frialdad, de la indiferencia, no coloquemos nuestro corazón en aquello que nos perturba, sino más bien pongamos nuestro corazón en aquello que nos da la paz.
La paz que nuestro corazón precisa y necesita está en la experiencia con el Resucitado.
¡Dios te bendiga!
Roger Araujo
Comunidad Canción Nueva
Adaptación del original en portugués
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