
Cuando se corrió la voz de que Jesús había hecho revivir a Lázaro, que llevaba cuatro días de sepultado, la conmoción fue grande. Las principales autoridades vieron que no podían esperar más y, ya fuera por temor o por envidia, decidieron eliminar a Jesús de una vez por todas. Si le permitían seguir realizando sus prodigios —razonaban ellos— todo Israel querría hacerlo rey, y eso les causaría una confrontación política con el ejército romano que ocupaba su territorio. Por eso les pareció necesario y conveniente impedir que Cristo continuara con su apostolado antes de que fuera demasiado tarde.
Las cosas habían llegado a un punto crítico y Jesús decidió retirarse por un tiempo y esperar hasta que se aproximara la Pascua. Entonces, podría entrar en Jerusalén y enfrentar a sus adversarios y cumplir la misión que su Padre le había encomendado.
Ahora que estamos a punto de iniciar la Semana Santa, cuando Jesús se prepara para iniciar su combate final contra el maligno, podemos apreciar el pecado y la oscuridad en sus peores manifestaciones, pero también vemos que el Señor transforma la derrota en victoria cuando voluntariamente acepta la cruz y vence al pecado y la muerte en favor nuestro.
En estos últimos días de Cuaresma, no nos olvidemos del mensaje de esta temporada: La gracia y el auxilio de Dios prevalecen incluso en los momentos más oscuros y terribles de la tragedia, el pecado y el desaliento. Sabemos que en toda nuestra travesía con el Señor vamos a enfrentar dificultades y oposición. Nuestra misión de abogar por la verdad, defender los derechos humanos, exigir el cumplimiento de las leyes y valores morales y proclamar el mensaje auténtico del Evangelio son cosas que exigen valentía y decisión; pero el Señor no nos deja enfrentar solos estas difíciles situaciones, sino que nos confiere su propia fortaleza para seguirlo fielmente y dar testimonio de su verdad con entereza.
“Señor Jesucristo, concédeme un espíritu alegre y decidido para seguirte con toda fidelidad hasta tu muerte y tu resurrección y no desfallecer nunca en mi fe.”
Ezequiel 37, 21-28
(Salmo) Jeremías 31, 10-13
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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