Juan 13, 15
Hoy leemos en el Evangelio el relato de la Última Cena que Jesús tuvo con sus discípulos y una de las cosas que hizo fue lo que llamamos “el lavatorio de los pies”. Jesús no vino al mundo exigiendo honores ni autoridad, sino más bien demostrando humildad y solo deseando revelar el amor de Dios. Incluso en la noche en que sabía que sería traicionado por uno de sus propios discípulos, su principal preocupación fue darles a sus seguidores la seguridad de que los amaba, a fin de que, confiados en su protección, ellos a su vez amaran a los demás y compartieran su Palabra.
El corazón de Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre. Nos ama tanto que también nos invita a todos a una cena íntima, en la que recibimos su Cuerpo y su Sangre. Al participar de este banquete divino, Jesús viene a cada uno de nosotros a “lavarnos los pies” de las preocupaciones y manchas propias de la vida en este mundo; viene a decirnos que nos ama entrañablemente, a llenarnos de su amor y enseñarnos que hemos de desear lo mejor que él tiene para nuestros hermanos y hermanas.
¡Qué sentido de vergüenza e impotencia invade a una persona que por enfermedad u otro motivo tiene que depender de otro para sus necesidades personales más básicas! ¡Y qué humillante resulta cuando el servidor tiene que arrodillarse para lavarle los pies a una persona perfectamente sana! Sin duda Pedro pensaba en esto cuando exclamó: “¡Tú no me lavarás los pies jamás!” Pero cuánto se habrá sorprendido cuando Jesús le respondió: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo” (Juan 13, 8).
Cristo sabe lo mucho que necesitamos su amor para llegar a conocer el gozo de vivir para su gloria. Hoy vuelve a arrodillarse para lavarnos, amarnos y colmarnos de su favor. ¿Vas a permitirle al Señor que te “lave los pies” mediante la Eucaristía y te reconcilie con el Padre? Cristo nos fortalece, nos perdona y nos sana. Y este poderoso amor de Dios nos impulsa a actuar como Jesús, para compartir humildemente su amor y su compasión con los demás.
“Padre celestial, en tu Hijo Jesús, que se despojó de su condición divina para que nosotros fuésemos salvados, vemos la perfección y la inmensidad de tu amor. Espíritu Santo, enséñanos a reconocer a Jesús en medio de tu pueblo.”
Éxodo 12, 1-8. 11-14
Salmo 116(115), 12-13. 15-18
1 Corintios 11, 23-26
Fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
No hay comentarios:
Publicar un comentario