Hay ocasiones en que algunas personas están dispuestas a morir, o incluso matar, por convicciones religiosas que pueden ser completamente abstractas o inaplicables para quienes no comparten o no conocen la misma religión. Así sucedió cuando Jesús discutió con las autoridades religiosas. Veamos por ejemplo que cuando dijo: “El Padre está en mí y yo en el Padre” (Juan 10, 38) sus palabras no hicieron más que inflamar más aún el rechazo y la furia de sus detractores.
No obstante, el hecho de escuchar que Jesús está “en” el Padre ha de despertar en los fieles emociones tales como esperanza, alegría, expectativa y alabanza, especialmente cuando contemplamos la cruz. Allí, en el Calvario, vemos que hay mucho más que un hombre inocente que sufre un castigo inhumano e injusto. Si el Padre está en Jesús, allí está el Hijo de Dios, y esto significa que Dios mismo vino a salvarnos.
La cruz de Cristo nos sitúa al frente de un amor que sencillamente no podemos entender y menos explicar. Si es Dios quien cumplió esta obra, quiere decir que nuestra salvación y el perdón de nuestros pecados son tan completos, definitivos y absolutos que nadie en el mundo, ni siquiera Satanás, puede privarnos de la nueva vida que hemos recibido. Podemos, pues, descansar completamente seguros, porque sabemos que nuestro Dios ha logrado para nosotros algo que es definitivo, inamovible e inquebrantable. Lo que nos toca a nosotros hacer ahora es aceptar esta obra completa, arrepentirnos de nuestras faltas, llevar una vida sacramental y dedicarnos a ser fieles y obedientes.
¡Jesús ya hizo lo que era necesario! Ahora, podemos perfectamente presentarle todo lo que no nos hemos atrevido a mostrarle o confesarle antes, y saber que él nos comprenderá y nos perdonará. Posiblemente tengamos pecados que no hayamos querido confesar por cualquier razón; a lo mejor vivimos soportando culpas y heridas emocionales por creer que no somos dignos del amor de Dios. ¡Pero nada de esto es cierto! El Padre nos ama tanto que estuvo dispuesto a reconciliar consigo a todo el mundo. Nada hay que quede fuera de la redención, ni nadie queda excluido de su amor.
“Jesús, Señor mío, tú eres la misericordia de Dios. Te alabo y te doy gracias por tu amor y por la bondad con que me has tratado. Te adoro, Señor, porque me has perdonado y me has dado la vida eterna.”
Jeremías 20, 10-13
Salmo 18(17), 2-7
Fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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