Cuando Jesús envió a sus discípulos a predicar, les dijo que fueran solamente “en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mateo 10, 5-6). Cristo vino a salvar a toda la humanidad, pero sentía un amor especial por los de su propio pueblo, el pueblo escogido de Dios. El Señor sabía que cada suceso de la historia de Israel apuntaba hacia su venida, y quería cumplir lo que Dios les había prometido.
Probablemente Jesús tenía otra razón más para restringir a los apóstoles primero a su propio pueblo. ¿Qué mejor manera de aprender la evangelización básica que comenzar con sus hermanos en la fe? Ellos habían crecido con los mismos rituales y tradiciones, así que sabían cómo hacerlo. Posiblemente era bueno que ellos no tuvieran que lidiar desde el principio con las complejidades de las diferentes religiones y filosofías paganas, pues así podrían concentrarse en los principios básicos de proclamar el Evangelio.
Los apóstoles tenían que empezar de alguna manera, al igual que nosotros. Y el mejor lugar para empezar es en nuestra propia casa, con nuestras familias y comunidades, las personas que ya conocemos. Como nos lo recuerda Pablo, Dios desea que hagamos el bien a todos, “especialmente a nuestros hermanos en la fe” (Gálatas 6, 10).
La misión de evangelizar a quienes viven en medio de nosotros es igual de importante que la obra misionera que se realiza a miles de kilómetros. De alguna manera, es incluso más importante. Si no predicamos el Evangelio en nuestros hogares, ¿quién lo hará? Si nuestros familiares y vecinos no descubren a Cristo en nosotros, ¿dónde lo encontrarán?
Hermano, si piensas que es imposible evangelizar a las personas que conoces, especialmente aquellas que conoces muy bien, podemos decirte que esa simplemente no es la realidad. Tu familia te ama y solo tienes que hablarles con bondad y paciencia.
Tal vez no hables de una manera muy elocuente o persuasiva o no puedas dar el testimonio más eficaz; pero no es necesario que seas perfecto. Simplemente necesitas mostrarte como alguien que se preocupa por la salvación de los demás y para ello deseas compartir el amor de Dios. Y eso es algo que cualquiera puede hacer. Así que no dejes pasar el tiempo; busca las oportunidades que te presente el Espíritu Santo y simplemente comparte lo que está en tu corazón.
“Amado Jesús, ayúdame a compartir tu amor con aquellos que están más cerca de mí.”
Génesis 41, 55-57; 42, 5-7. 17-24
Salmo 33 (32), 2-3. 10-11. 18-19
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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