Leyendo el Antiguo Testamento vemos que rara vez se usa allí el término “Reino de Dios”, y por eso muchos grupos religiosos esperaban al Mesías y se preparaban para su venida, pero no anunciaban que habría un reino entre ellos. Jesús, por su muerte y su resurrección, estableció el Reino de Dios en la tierra.
Desde que Jesús ascendió al trono de su Padre, después de morir y resucitar, el poder y la gracia del Reino de los cielos están al alcance de todos los que crean y quieran recibirlos. Cuando Cristo venga de nuevo, todos podremos contemplar claramente el Reino, que ahora se vislumbra solamente en la Iglesia.
Todos nosotros, como miembros y embajadores de Cristo, tenemos el encargo de cooperar en la proclamación de la buena nueva, curar a los enfermos y rechazar a Satanás. Dios nos ha dado el regalo más extraordinario de todos: la salvación gracias a la muerte de Jesús, pero a pesar de no merecer tan sublime don, somos hijos de Dios y estamos llamados a edificar el Cuerpo de Cristo sirviendo en la Iglesia y llevando al Señor a cuantos podamos, especialmente los más indiferentes.
Sin embargo, a veces, aunque el Espíritu Santo habita en nuestro corazón, nos dejamos dominar por la timidez o el temor al qué dirán, porque no queremos ser tachados de “fanáticos”. Pero esto no nos importaría si comprendiéramos bien cómo es el inefable amor de Dios y la majestad de su poder, ni si nos convenciéramos de que por la pura misericordia de Dios podemos salvarnos, porque Jesús murió y resucitó por todos, y los que creen en su muerte reciben, por el Bautismo, el poder de su resurrección (Romanos 6, 4-5).
De manera que hemos de confiar en el poder del Espíritu de Dios que vive en nosotros, más que en nuestras propias fuerzas. Cuando lo hagamos, seremos instrumentos que Dios podrá usar y así haremos presente entre nosotros el Reino que Cristo ha inaugurado. Hermano, ¿confías tú en que Cristo vive en ti por el poder del Espíritu Santo y que te ha infundido gracia y poder como fruto de su muerte y su resurrección? Él ciertamente lo ha hecho.
“Señor Jesús, ayúdame a trabajar para que el Reino de Dios sea una realidad aún mayor para mí y para todos los que yo encuentre cada día.”
Génesis 44, 18-21. 23-29; 45, 1-5
Salmo 105 (104), 16-21
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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