La Sangre Preciosísima de Jesucristo produce en el alma el orden perfecto y la verdadera tranquilidad
I. El pecado había turbado el bello orden que Dios estableciera entre sus criaturas queriendo que la voluntad del hombre estuviese rendida en un todo a su santísima voluntad.
Habiéndose rebelado el hombre contra la majestad del Señor, las pasiones se sublevaron, los apetitos fueron abandonados a sus desórdenes, el demonio tiranizó las almas, y de esta suerte perdióse la venturosa tranquilidad del corazón.
Apareció Jesús en el mundo, y con la efusión de su Sangre hizo renacer entre nosotros la paz: Pacificans per sanguinem crucis. Púsonos de nuevo en paz con Dios, y en paz con nosotros mismos; por esta Sangre nos reconcilió con su Eterno Padre, hizo de manera que la misericordia y la verdad se hallasen juntas, y que la justicia y la paz se reuniesen; reprimió nuestras rebeldes pasiones, ahuyentó al demonio, y aquel bello orden que lo pasado había turbado fue restablecido: Pacificans per sanguinem crucis ejus sive quae in terris sive quae in coelis sunt, palabras que San Cirilo Alejandrino interpreta de esta manera: “¿No veis que Jesucristo, que según San Pablo ha pacificado no solamente lo que hay sobre la tierra, sino también lo que hay en el Cielo, es el becerro de expiación ofrecido por el pecado?”
Esto es lo que reconocía como figurado por la víctima pacífica que se ofrecía por el pecado en la Antigua Alianza. Y en otra parte dice también: “Plugo al Padre Eterno reconciliarlo todo por la Sangre pacífica de su divino y único Hijo en quien ha hecho descansar la plenitud de sus gracias.” He aquí por qué conviene a Jesucristo el título de rey pacífico y de príncipe de la paz, este título, ¿no lo ha merecido por la amorosísima efusión de su Sangre?
II. ¿Sabemos nosotros mantener esta paz que Jesús nos ha adquirido con el precio de su Sangre? ¿Conservamos ese orden perfecto, esa tranquilidad que nos ha merecido por su propio sacrificio? ¡Ay! ¡Con qué facilidad lo perdemos! por una miseria, por un vil interés, por un placer momentáneo perdemos tan precioso tesoro.
Se pierde la paz de Dios perdiendo su gracia; el corazón se carga del pecado, que es el enemigo declarado de la paz, y que no acarrea sino remordimientos, amarguras y aflicciones de espíritu; se pierde la paz con el prójimo; por una ligera ofensa, por una contradicción leve, por un daño o perjuicio insignificante la cólera se enciende en nuestro corazón y se da entrada al odio y a la venganza; piérdase la paz consigo mismo, dando rienda suelta a sus pasiones que sólo saben hacer guerra al espíritu y sumir el alma en la más horrible tristeza.
Entremos dentro de nosotros mismos y no perdamos un tesoro que ha costado tanta Sangre a Jesús; se conserva la paz con Dios, guardando fielmente en su corazón el tesoro de su gracia; se conserva la paz con el prójimo, perdonando prontamente las ofensas y amando a aquel que nos ultraja y nos persigue, según la admirable doctrina de Jesús; se conserva la paz consigo mismo, refrenando las pasiones rebeldes que nos hacen la guerra.
COLOQUIO
Amable Redentor, autor de la paz, rey pacífico, que por reconciliar nuestras almas con la justicia irritada dais vuestra vida y vuestra Sangre. ¡Oh! haced que sepamos apreciar, cuanto es debido, un tesoro tan precioso, esa paz, que nos obtenéis, esa paz que el mundo no puede dar con todos sus bienes; paz que excede a toda alabanza humana; paz que es una prenda y una delicia anticipada de la imperturbable de que se gozará en el Cielo. Mirad los peligros que nos rodean y las ocasiones continuas de perder esta paz; ved la guerra intestina que nos hacen nuestras pasiones. ¡Oh Dios mío! contenedlas y, si a vuestra voz imperiosa los vientos y las tempestades en el seno de los mares borrascosos se calman para dar lugar a una perfecta tranquilidad, haced de nuevo sentir esta voz en mi corazón, a fin de que yo pueda volver a hallar la paz perfecta y la tranquilidad perdida por el pecado: impera, et fac tranquillitatem. Y hacedlo así por esa Sangre Preciosísima que con tanto amor habéis derramado para adquirirnos la paz verdadera y perfecta.
EJEMPLO
El corazón que quiere gozar de la verdadera paz debe unirse al Corazón de Jesús y bañarse con esta Sangre Preciosísima que corre de sus llagas. Santa Francisca Romana, según se lee en su vida, vio un día salir del sagrado costado de Jesús, y de sus llagas, una multitud de cadenas de fuego que consigo llevaban gran cantidad de Sangre por la salvación de las almas. Estas son las cadenas de amor a las cuales el corazón debe unirse para vivir en paz. Debe abrevarse de esta Sangre pacífica que calma las pasiones, doma al demonio y da sobre la tierra una muestra de aquella paz eterna, imperturbable, de que se gozará en el Cielo.
JACULATORIA
Eterno Padre, te ofrezco la Sangre de Jesucristo en rescate de mis pecados y por las necesidades de la Iglesia.
INDULGENCIA
El Soberano Pontífice Pío VII concedió cien días de Indulgencia por cada vez que se diga la anterior jaculatoria. Así consta del rescripto que se conserva en los archivos de los Padres Pasionistas de Roma.
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