“Todos los que padecían algún mal, se le acercaban para tocarlo”
Mientras vivimos, cuando locamente nos inclinamos hacia lo que no está permitido, Dios nuestro Señor, nos toca con ternura y nos llama con gran alegría, diciéndole a nuestra alma: "deja allí lo que te gusta, hijo querido, vuélvete hacia mí; yo soy todo lo que tú deseas. Regocíjate en tu Salvador y en tu salvación". Estoy segura de que el alma iluminada por la gracia verá y sentirá que nuestro Señor obra así en nosotros. Porque si esta obra concierne a la humanidad en general, todo hombre en particular no queda excluido de esto…
Más aún, Dios iluminó especialmente mi inteligencia y me enseñó el modo en que hace los milagros: "Sabéis que hice ya aquí abajo muchos milagros, brillantes y maravillosos, gloriosos y grandes. Lo que hice entonces, lo hago todavía ahora, y lo haré en los tiempos venideros". Sabemos que todo milagro va precedido de sufrimientos, angustias, tribulaciones. Es para que nos demos cuenta de nuestra debilidad y las tonterías que cometemos a causa de nuestro pecado y, para que volvamos humildes y gritemos a Dios, implorando su socorro y su gracia. Los milagros surgen luego; provienen del gran poder, sabiduría y bondad de Dios y revelan su fuerza y las alegrías del cielo, tanto como esto es posible en esta vida pasajera. Así nuestra fe se fortifica y nuestra esperanza crece en el amor. He aquí porque le gusta a Dios ser conocido y glorificado por los milagros. Quiere que no nos agobiemos por la tristeza y las tempestades que nos amenazan ¡Él está allí siempre, aún antes de los milagros!
Juliana de Norwich (1342-después de 1416)
reclusa inglesa
Revelaciones del amor divino, cap. 36
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