* La fe es un acto libre. La fe es un acto personal. El hombre responde voluntariamente a la manifestación de Dios: Él nos anuncia su palabra y nos ofrece la fuerza de su gracia de incontables maneras y en diversas ocasiones, pero nunca su iniciativa es tal que anule lo que en nuestra respuesta brota de nuestra propia decisión: Yo obro así (como creyente) porque quiero; y quiero porque amo; yo amo porque conozco; y yo conozco –en este sentido- principalmente por la fe, escribe A. Decout. Jesús predicaba y ofrecía signos con sus obras, pero no todos los allí presente reconocieron y aceptaron su condición divina, manifestada sí, pero oculta tras los velos de una carne en todo semejante a la nuestra. Por eso, continuamente en su predicación y su comportamiento, Cristo invita a los oyentes a levantar su mirada desde aquello que tienen delante hacia la realidad (invisible) significada. El Reino de Dios no es de este mundo, pero se ofrece a los hombres de este mundo.
* La fe es una persuasión. Hemos dicho que la fe implica una verdadera ciencia de la verdad divina y, como tal, nada tiene que ver con un conocimiento vulgar o confuso. Pero es de tal naturaleza que envuelve a toda la persona, a todo su ser: esta convicción impregna la vida moral y orienta las maneras de obrar, ilumina las apreciaciones y los juicios, modela las actitudes e incluso las corrige, y conduce a la persona que se deja transformar por esta fuerza según una manera nueva de vivir. Es la fe que se convierte en abandono confiado en los momentos de dificultad, en las manos de ese Dios “sentido” con irrefutable claridad, verdadero consuelo para la vida del espíritu, el cual encuentra en ella, no una evasión para eludir sus compromisos sino precisamente una fuerza de otro orden para asumirlos mejor.
* La fe es necesaria. Evidentemente, se trata de la aceptación o el rechazo del mismo Dios, y en ello consiste la salvación, o no, del propio hombre. No me detengo en la difícil cuestión de la salvación de los “paganos”. Lo que es de sentido común, si se me permite la expresión, es que para todo aquél al que ha llegado el anuncio del evangelio, que es palabra de vida, en su acogida o su desprecio reside el misterio de su eterna salvación. Es necesario el asentimiento confiado, no únicamente para agradar a Dios, sino para recibir su gracia, para participar de la comunión con Él. Una verdadera amistad no es posible sino cuando se funda en la reciprocidad de ambas partes.
* La fe debe ser perseverante. Aunque, como hemos dicho, se trata de un don de Dios inmerecido por nuestra parte, que podemos pedir, acoger e incluso perder, en cuanto hábito mira a dotarnos de una estabilidad en la respuesta. Es un dinamismo que nos ofrece la posibilidad de un modo nuevo de vida, más allá de que se pueda desarrollar precisamente haciendo, con frecuencia, actos puntuales para ejercitarla. Pero además esta constancia se apoya en la fidelidad y santidad del Dios que se revela: es por Él que no sería sensato dudar ni poner en cuestión la revelación. Creer en lo que Dios ha dicho conlleva una seguridad mayor que la de cualquier entendimiento humano. Con todo, la oración sencilla y confiada de los Apóstoles, en lugar de la presunción de quien se piensa firme, apoyado en las propias fuerzas, ha de ser también la nuestra: “Señor, creo pero aumenta mi fe”. La infalibilidad y la seguridad, la firmeza de la adhesión y el hecho de que no dudemos en ella, viene siempre de Dios.
* La fe es anticipo de la eternidad. Aunque estamos lejos de contemplar cara a cara el objeto de nuestra fe, por ella comenzamos a gustar en esta vida la visión del cielo. Por ella participamos del modo divino de percibir la realidad, hasta llegar a la contemplación del cielo, donde veremos a Dios y en él todas las cosas. Por la gracia, todo ello se anticipa en este mundo, con una diferencia más de grado que de cualidad. Como en un espejo, nuestra fe en la tierra es siempre un conocimiento mediato. Conocemos pero, como si de un enigma se tratara, a medio camino entre la intuición definitiva de la gloria y el progresivo conocimiento natural de este mundo. Aunque la peregrinación en este valle de lágrimas hace que sean frecuentes las pruebas que experimentamos, las vacilaciones e incluso las caídas, todo ello se puede convertir más en una ocasión para la purificación y el crecimiento que en un obstáculo para el progreso de nuestra vida interior. Por la fe “tocamos y gustamos” de alguna manera aquella realidad divina que está por venir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario