Es con la venida del Espíritu Santo, en Pentecostés, que vemos más evidente la manera sobrenatural como Dios pasa a actuar entre los hombres. La experiencia del Espíritu que en el pasado había sido otorgada a algunas personas pasa a ser la marca del cristianismo. El derramar del Espíritu Santo fue como el de un grifo derramando lo sobrenatural sobre los hombres. Así fue como Pedro explicó el acontecimiento del cenáculo al recordar las palabras del profeta Joel:
“Después de esto, yo derramaré mi espíritu sobre todos los hombres: sus hijos y sus hijas profetizarán, sus ancianos tendrán sueños proféticos y sus jóvenes verán visiones. También sobre los esclavos y las esclavas derramaré mi espíritu en aquellos días. Haré prodigios en el cielo y en la tierra: sangre, fuego y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre, antes que llegue el Día del Señor, día grande y terrible. Entonces, todo el que invoque el nombre del Señor se salvará, porque sobre el monte Sión y en Jerusalén se encontrará refugio, como lo ha dicho el Señor, y entre los sobrevivientes estarán los que llame el Señor. (Joel 3,1-5)”
Infelizmente, en todos los tiempos, siempre existirán intérpretes de la Escritura que intentaron, y aún hoy intentan, disminuir la fuerza y la importancia de Pentecostés. Algunos afirman que ha sido de una manera simbólica, otras personas hasta aceptan lo que ahí es presentado, pero haciendo cierta salvación de que tal acción extraordinaria del Espíritu fue solamente dada por el Señor a los fines de dar un impulso inicial a la Iglesia. Estas y otras posiciones son fácilmente corregidas, primero con las palabras de Pedro en Hechos 2,39: “Porque la promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a todos aquellos que están lejos: a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar». Y, principalmente, por la lectura de todo el libro de los Hechos de los Apóstoles. Paralelo a esta lectura es importante conocer como la Iglesia primitiva crecía y vivía la fe. Las cartas de San Pablo son una ayuda importante, pero principalmente en el período post bíblico, conocido como período patrístico.
p. Alberto Luis Gambarini
El Fuego de Pentecostés – pág. 13-14 – Ed. Ágape
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