El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre. (Marcos 3, 35)
Cuando Jesús estaba enseñando, rodeado de una multitud de gente, algunos comentaban que estaba perdiendo la cordura, por eso van a buscarlo sus familiares más próximos, pero en vista del gran gentío, permanecen fuera y lo mandan llamar: “Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan.”
Parecería que la respuesta de Jesús denota un cierto desdén a sus familiares, pero no es así. Jesús había salido de la casa paterna para cumplir su misión divina y eso era superior al apego familiar: no por frialdad de sentimientos ni por menosprecio de los vínculos familiares, sino porque pertenece completamente a Dios Padre. Jesucristo ha realizado personalmente en sí mismo aquello que pide a sus discípulos.
En reemplazo de su familia terrena, Jesús ha escogido su familia espiritual, por eso, dirigiendo la mirada a los hombres que están sentados a su alrededor, les dice: “Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.”
¿Es que Jesús nos quiere decir que sus familiares más directos son solo aquellos que escuchan su palabra? ¡No! Sus parientes son todos aquellos que escuchan su palabra y hacen la voluntad de Dios: estos son sus hermanos, sus hermanas y su madre. Piensa, hermano, en lo que significa ser parte de la familia de Dios: una familia donde reinan el amor, la paz, el perdón y el gozo de la comunión con nuestro Padre celestial.
En sus palabras, el Señor nos hace una exhortación a todos los que escuchamos sus enseñanzas a no limitarnos a escuchar, sino a entrar en comunión con él mediante el cumplimiento de la voluntad divina.
Y tú, hermano, ¿escuchas la Palabra de Dios y haces su voluntad? ¿Estás dispuesto a reconocer que todos cuantos forman la familia de Dios son tus hermanos? ¿Estás dispuesto a hacer amistad con todo el que sea seguidor de Cristo? Imitemos a la Virgen María y aceptemos a quienes de verdad aman a Cristo Jesús, nuestro Señor.
“Jesús amado, gracias por aceptarme como tu hermano y no avergonzarte de ser mi hermano mayor, mi Señor y Salvador.”
2 Samuel 6, 12-15. 17-19
Salmo 24 (23), 7-10
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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