«Cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle» (Mc 3, 10)
Seguid el ejemplo de nuestro Salvador que quiso sufrir su Pasión con el fin de aprender compasión; sujetarse a la miseria, con el fin de comprender a los miserables. Lo mismo que » aprendió a obedecer, por lo que aguanto » (He 5,8), quiso aprender también la misericordia… Posiblemente encontrarás extraño lo que acabo de decir sobre Cristo: Él, que es la sabiduría de Dios (1Co 1,24), ¿qué pudo aprender?…
Reconocéis que es Dios y hombre en una sola persona. Como Dios eterno, siempre tuvo conocimiento de todo; como hombre, nacido en el tiempo, aprendió muchas cosas en el tiempo. Cuando empezó a estar en nuestra carne, también comenzó a enterarse, por experiencia, de las miserias de la carne. Habría sido más feliz y más sabio con nuestros primeros padres, de no haber hecho esta experiencia, pero su creador » vino a buscar lo que estuvo perdido » (Lc 19,10). Tuvo lastima de su obra y vino a rescatarla, descendiendo misericordiosamente, allí dónde ésta había perecido miserablemente…
No era simplemente para compartir su desgracia, sino para compadecerse de su miseria y liberarlos: para llegar a ser misericordioso, no como un Dios en su bondad eterna, sino como un hombre que comparte la situación de los hombres… ¡Maravillosa lógica del amor! ¿Cómo habríamos podido conocer esta admirable misericordia, si no conociera la miseria existente? ¿Cómo habríamos podido entender la compasión de Dios, si no conociera el sufrimiento?… A la misericordia de un Dios, Cristo unió la de un hombre, sin cambiarla, pero multiplicándola, como está escrito: «salvarás a hombres y animales, Señor. ¡Mi Dios, cómo hiciste sobreabundar tu misericordia!» (Sal. 35,7-8)
San Bernardo, abad
Misericordia de Dios.
Los grados de la humildad y el orgullo, c. 3, n. 6.12
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