Que un cineasta laureado como Wim Wenders, siempre atento a los dramas del presente y en lucha con su propia tradición cristiana (discutida, alejada, recobrada…) haya querido plantear al obispo de Roma sus preguntas más hondas, sus encrucijadas y angustias, es ya una noticia relevante.
La película El Papa Francisco, un hombre de palabra, arranca con una sugestiva imagen de la llanura de Asís sobre la que el propio Wenders expone su personal visión del drama humano en este momento histórico y se pregunta «cómo podemos vivir hoy». Es la pregunta que recorre hora y media de hermoso y serio documental sobre cinco años de pontificado. Curioso, «el arte de vivir» es una definición (digámoslo así) que Joseph Ratzinger dio una vez sobre el cristianismo, y que Francisco desgrana con su carisma único en una serie de planos tan arriesgados como llenos de encanto, primeros planos que nos permiten apreciar la unidad entre la palabra y el gesto, algo tan connatural a toda experiencia cristiana.
Ya hemos dicho algo sobre la película que se estrenará en España el 28 de septiembre. Aclaremos en seguida que no se trata de una suerte de película canónica sobre el pontificado, ni una tesis sobre el magisterio de Francisco o sobre la Iglesia en el mundo actual. Es el diálogo entre un corazón que busca respuestas y el primer Papa llegado del otro lado del mar; resultaría estéril y absurdo discutir los acentos y las prioridades de Wenders, tiene derecho a ellos, y a nosotros nos toca contemplar el espectáculo de ese diálogo. En el fondo, es el mismo que la Iglesia aspira a mantener abierto con los hombres y mujeres de cada época, cada uno de los cuales llega a entender y acoger lo que puede y cuando puede, en el ámbito de una historia concreta y a través de su sacrosanta libertad.
Una primera sorpresa nos la ofrece el título escogido. Las palabras no tienen hoy demasiada buena prensa, tampoco en la Iglesia. Decimos con frecuencia que hay que estar a los hechos, que lo que importa es el testimonio, contraponiéndolos a lo que llamamos «discursos»… Como si el testimonio y los hechos no requiriesen de palabras que los expliciten, y como si las palabras verdaderas no conllevaran siempre una dimensión de testimonio. Pues bien, Wenders subraya el peso, la densidad y el valor de la palabra de Francisco no sólo en el título, sino en todo el recorrido. Es su palabra, claro, la del jesuita llegado del fin del mundo a la sede de Pedro, pero es también la palabra de la Iglesia a lo largo de su historia, y la película permite apreciar ese nexo indivisible.
Es muy impresionante cómo aborda Francisco el gran misterio de la libertad a la hora de responder sobre el mal en el mundo, pero también sobre la iniciativa del hombre en la historia, sobre el compromiso por justicia o las relaciones con el poder. Creo que esta clave impedirá cualquier lectura reducida o ideológica de la película, y además señala el corazón del anuncio cristiano: la encarnación, muerte y resurrección de Cristo por nuestra salvación. Ignoro hasta qué punto Wenders ha sido consciente del recorrido que lleva de la fe en Jesús a esa forma de estar en el mundo que llamamos caridad, que se expresa en el abrazo del Papa a las llagas de los hombres, pero la película permite reconocer ese hilo de oro indispensable para entender por qué la Iglesia, con toda la pesadez de los pecados de sus hijos, sigue siendo hoy un faro de esperanza para alguien como este cineasta alemán.
De principio a fin Wenders «juega» con el paralelismo entre San Francisco de Asís y el primer Papa que ha elegido su nombre, desde aquel «repara mi casa» que escuchó inicialmente el poverello hasta su amor por la naturaleza, su comprensión de la pobreza o su sentido del bien común de la única familia humana. Pero es el propio Papa quien se encarga de aclarar que el centro de la vida de San Francisco es el amor a Jesús, y que una Iglesia que pusiera su confianza en cualquier otra cosa que no sea Jesús, se convierte en una ONG de beneficencia o de cultura, nada más. Precisamente la conciencia y la emoción dominantes que me acompañaron a lo largo de esta película, al ver a Francisco encontrarse con gentes de toda condición y en los más diversos países, era justamente que allí se hacía presente Jesús.
Evidentemente Wenders está cautivado con este nuevo «momento franciscano» de la Iglesia, pero más allá de eso, o mejor, a través de eso, su hermosa película permite mirar en perspectiva y entender por qué, a pesar de todas sus heridas y limitaciones humanas, la Iglesia puede resultar tan joven en esta encrucijada histórica.
José Luis Restánpublicación original 20 septiembre 2018 - Blog Fe al aire libre
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