«Todo el que cree en Él... tendrá la vida eterna»
Hombres insensatos..., que no cesáis vuestras indiscretas investigaciones en relación con la Trinidad y no os contentáis con creer que existe, ya que tenéis por guía lo que el apóstol escribió: "Es necesario creer que Dios existe y que garantiza la recompensa a los que lo buscan". Que nadie se plantee cuestiones superfluas, pero que se limiten a aprender lo que está contenido en las Escrituras...
La Escritura dice que el Padre es fuente y luz: "Me han abandonado; a mí, la fuente de agua viva"; "Has abandonado la fuente de la sabiduría", y según Juan: "Nuestro Dios es luz". Sin embargo, al Hijo, en relación con la fuente, se le llama río, pues «el manantial de Dios, según el salmo, está lleno de agua». En relación con la luz, es llamado resplandor cuando Pablo dice que es "el resplandor de su gloria y el rostro de su esencia". Por lo tanto, el Padre es luz, el Hijo su resplandor..., y en el Hijo, es por el Espíritu que somos iluminados: "Dios os da, dice San Pablo, un Espíritu de sabiduría y revelación para conocerle; que iluminará los ojos de vuestro corazón". Pero cuando somos iluminados, es Cristo quien nos ilumina en Él, ya que la Escritura dice: "Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre en este mundo". Además, si el Padre es la fuente y el Hijo es llamado río, se nos dice que nosotros bebemos del Espíritu: «Todos hemos bebido de un único Espíritu». Pero, habiendo bebido del Espíritu, bebemos también de Cristo porque "ellos bebieron de una roca espiritual que les seguía y esta roca era Cristo".
El Padre siendo el «único sabio», el Hijo es su sabiduría, pues "Cristo es la fuerza y la sabiduría de Dios". Ahora bien, es al recibir el Espíritu de sabiduría cuando poseemos al Hijo y adquirimos la sabiduría en Él... El Hijo es la vida, dijo: "Yo soy la vida"; pero dijo que nosotros estamos vivificados por el Espíritu, así Pablo escribe: "El que ha resucitado a Cristo Jesús de entre los muertos vivificará también nuestros cuerpos mortales por el Espíritu que habita en nosotros". Pero cuando somos vivificados por el Espíritu, Cristo es nuestra vida...: "No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí".
¿Existe, en la Santa Trinidad, tal correspondencia y unidad, que se podría separar al Hijo del Padre, al Espíritu del Hijo o del Padre? El misterio de Dios no se nos entrega a nuestro espíritu a través de discursos elocuentes, sino en la fe y en la oración respetuosa.
San Atanasio (295-373)
obispo de Alejandría, doctor de la Iglesia
Cartas a Serapion, n°1, 19; PG 26, 373
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