«Yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos» (Lc 22,32)
Cristo Mediador «no cometió pecado ni encontraron daño en su boca» (1P 2,22). ¿Cómo me atreveré a acercarme a él, yo pecador, grandísimo pecador, cuyos pecados son más numerosos que la arena del mar? Él es el más puro de todo lo que existe, y yo el más impuro... Por eso Dios me ha dado estos apóstoles, que son hombres y pecadores, y pecadores muy grandes, que han aprendido de ellos mismos y de su propia experiencia hasta que punto deben ser compasivos para con los demás. Culpables de grandes faltas, concederán fácilmente un pronto perdón a las grandes faltas y usarán la misma medida que ha servido para ellos (cf Lc 6,38).
El apóstol Pedro cometió un gran pecado, incluso es posible que no haya otro mayor. Recibió pronto y con facilidad el perdón de su pecado, hasta el punto que no perdió nada del privilegio de su primado. Y Pablo que había desencadenado sin límites, todo su furor contra la Iglesia naciente, es llevado a la fe al ser llamado por el mismo Hijo de Dios. Para pagar tanto mal se le llenó de tan grandes bienes y llega a ser «el instrumento elegido para dar a conocer el nombre del Señor a pueblos y reyes, y a los hijos de Israel» (Hch 9,15)...
Pedro y Pablo son nuestros maestros: han aprendido completamente del único Maestro de todos los hombres los caminos de la vida, y todavía hoy nos siguen enseñando.
San Bernardo (1091-1153)
monje cisterciense y doctor de la Iglesia
Primer sermón para la fiesta de los santos Pedro y Pablo, 1,3,5
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