La felicidad no viene del exterior, de las cosas que poseemos o del poder de nuestro grupo, sino del interior, de ese lugar sagrado que hay en nosotros. Nos resulta muy fácil ilusionarnos pensando, bien que somos el centro del universo, bien que no valemos nada. ¡Enseguida nos imaginamos que, si perteneciéramos a tal grupo o su tuviéramos más dinero, seríamos más felices! Cualquiera de nosotros puede dejarse seducir por falsos profetas con falsas promesas de felicidad; pero una vez seducidos por tales quimeras, pronto nos descentramos, paralizados por la ira o la desesperación. La depresión también puede hacernos naufragar. Nos da vergüenza habernos dejado atrapar por esas ilusiones, e incluso podemos llegar a sentir vergüenza de existir.
La felicidad consiste en aceptar y elegir la vida, no en padecerla con desgana. La felicidad nos llega cuando nosotros mismos elegimos ser lo que somos, ser nosotros mismos aquí y ahora; cuando elegimos la vida tal como es, con sus alegrías, sus sufrimientos y sus conflictos. La felicidad consiste en vivir y buscar la verdad con otros, en comunidad; en ser responsables de nuestra vida y de la de los demás. Consiste en aceptar el hecho de que somos limitados, capaces sin embargo de entrar en una relación personal con lo Infinito, descubriendo así la verdad universal que trasciende toda cultura: cada persona es única y sagrada.
No nos interesa ser lo que otros quieren que seamos, ni responder a las expectativas de nuestra familia y amigos o de la sociedad. Hemos elegido ser quienes somos, con toda la belleza, pero también con todas las faltas que hay en nosotros. No nos evadimos de la realidad para vivir en mundo de ilusiones, sueños o pesadillas. Nos hacemos presentes a la realidad y a la vida y, por lo tanto, libres de vivir según nuestra conciencia, nuestro santuario interior, allí donde permanece el amor en nosotros y donde vemos a los otros tal como son en lo mas profundo. No permitimos que la luz de la vida se asfixie en nosotros, ni queremos asfixiarla en los demás; por el contrario, todo nuestro deseo es que su luz brille.
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