jueves, 10 de agosto de 2017

Meditación: Juan 12, 24-26


San Lorenzo, diácono y mártir

Si el grano de trigo… muere, producirá mucho fruto. (Juan 12, 24)

Una semilla contiene todo el potencial necesario para crecer, madurar y dar fruto, pero no habrá vida si primero no es plantada y muere (vale decir, someterse al cambio).

El cristiano recibe la vida de un modo similar: Primero tiene que morir, es decir, ser bautizado en la muerte de Jesús, nuestro Señor. Unidos a su muerte por la fe, surge del corazón la convicción de que ya no queremos estar sometidos a la vida que heredamos de nuestros primeros padres como resultado de la caída; deseamos que se haga realidad en nosotros la gracia sacramental de nuestra muerte en el Bautismo y poder morir así a los impulsos de la naturaleza vendida al pecado.

En el Bautismo, la “semilla” ha sido plantada para que surja la vida nueva. Cuando participamos de la muerte de Jesús, también participamos de su resurrección (Romanos 6, 4). Cristo resucitó y está sentado a la derecha del Padre, por eso la nueva vida que recibimos se origina en el cielo.

El Espíritu Santo forja esta nueva vida en nosotros renovando nuestra forma de pensar, y nosotros cooperamos orando, arrepintiéndonos, recibiendo la vida en la Liturgia y los sacramentos, estudiando las Escrituras y procurando hacer la voluntad de Dios. Con el tiempo y la perseverancia, comenzamos a producir buen fruto: hacer más la voluntad de Dios y menos lo que deseamos nosotros.

San Lorenzo (m. 258), a quien recordamos hoy, fue un ejemplo de semilla que murió y resucitó para dar mucho fruto. Cuando hubo persecución en Roma durante el pontificado del Papa Sixto II (257-258), un comandante romano le ordenó entregar el tesoro de la Iglesia. Lorenzo reunió a los pobres y los presentó como el verdadero tesoro de la Iglesia. El comandante encolerizado, pensando que se burlaba de él, lo condenó a morir quemado sobre el fuego.

San Lorenzo no temió arriesgar su vida porque tenía el corazón lleno de las verdades de Dios. Probablemente a ninguno de nosotros se nos pida sufrir el martirio, pero sí estamos llamados a morir a la carne y vivir según el Espíritu.
“Señor, ayúdame a morir a mi propio yo, para que logre dar fruto para ti. Hazme instrumento de tu gracia, para que todos los que sean pobres descubran en ti una vida nueva.”
2 Corintios 9, 6-10
Salmo 112(111), 1-2. 5-9

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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