miércoles, 2 de agosto de 2017

Meditación: Mateo 13, 44-46


San Eusebio de Vercelli, obispo

Jesús habla del Reino como de un tesoro escondido, y quien lo encuentra se llena de tanta alegría que vende todo lo que tiene y compra el campo para gozar de él para siempre. Pero, para encontrar el Reino hay que buscarlo con decisión y esfuerzo, hasta el punto de “vender todo lo que uno posee”, es decir, dejar todo lo demás de lado para dedicarse a valorar, entender y compenetrarse del Reino de Dios, el Reino que nos trae paz, amor, justicia y libertad.

Alcanzarlo es tanto un don de Dios como una responsabilidad humana. Contemplando la hermosa grandeza del Reino, nos damos cuenta de la debilidad y la imperfección de los esfuerzos que hacemos por encontrarlo, esfuerzos que a veces quedan destruidos por el pecado, las malas intenciones, la violencia y la falta de perdón, ataduras que nos siguen manteniendo esclavizados. Pero hay que tener confianza, porque lo que parece imposible para el hombre, es posible para Dios.

Lo que nos propone el Señor es bien claro: el que descubre el valor absoluto del Reino debe renunciar a todo lo demás para poseerlo. El que descubre el Reino se llena de felicidad, pero a la vez reconoce que se le exige bastante: despojarse de todo lo que lo mantiene atado a la tierra.

Así, pues, el obedecer la Palabra de Jesús y tener acceso al misterio del Reino de Dios no es sólo una experiencia de privación y paciente tenacidad, como lo sugerían las parábolas del sembrador y la cizaña; es también una experiencia de alegría, fe y amor, de una alegría tan completa y profunda que lo demás, sobre todo aquello que es importante para el mundo, pierde valor y lucidez.

San Pablo dice que Cristo habita en nuestros corazones por medio de la fe (v. Efesios 3, 17) y que en Cristo están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento (v. Colosenses 2, 3), de modo que todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento están también depositados en el corazón del creyente. Así, pues, busquemos el tesoro del Reino, no en las corrientes del mundo, sino en la Persona de Cristo, que habita tanto en la Iglesia como en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo.
“Amado Señor, perdóname por la infidelidad de poner más oído a los razonamientos del mundo que a tu Palabra. Ayúdame a buscar tu luz en mi propio corazón y mi conciencia.”
Éxodo 34, 29-35
Salmo 99(98), 5-7. 9

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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