«Estamos enfermos. Los modernos hemos perdido la virtud de la contemplación.
Somos hábiles para leer, para pensar, para hablar, pero no sabemos hacerlo sin apegarnos intensamente a las imágenes sensibles.
La negación del espíritu y la conquista de la materia ha hecho esto.
En el pensamiento, la metáfora nos sirve de prueba; en la vida, lo que nos interesa son los colores, las siluetas, las líneas, los sonidos, el mundo sensible. Así, nos incapacitamos para acoger el mensaje de la fe: es demasiado espiritual.
Sin embargo, si pudiese interpretar con mis ojos miopes de hombre moderno –con mis ojos ávidos de modernidad- el alfabeto inmaterial, volvería la alegría, lo mismo que la confianza, confianza en la gracia cercana. En el espejo purificado del mundo se reflejaría el cielo; en la claridad de las cosas a las que el ojo está acostumbrado, el enigma superreal de la fe le atraería de nuevo.
Es cierto que no lo vería todo, queda el espejo, queda el enigma, pero no me sentiría extraño a mi propia vida buscando la vida de Dios».
PP Pablo VI citado en Loew, Jacques, La vida a la escucha de los grandes orantes, Narcea, Madrid, 1988, p. 178.
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