Ser humilde significa reconocerse vacío y necesitado, admitir ante Dios que uno no tiene poder, derecho ni privilegio alguno.
Dios es todopoderoso y todo lo sabe; nosotros sólo tenemos los dones que él nos ha querido dar, dones que dependen de él. Por tanto, nos sometemos a Dios, nuestro Señor y Creador.
La humildad es una virtud que el mundo moderno no practica ni promueve. Tanto hombres como mujeres procuran buscar su propia ventaja y “abrirse paso” a costa de otros si es necesario. Generalmente tratamos de ensalzarnos y no de humillarnos. La falsedad de esta miopía espiritual queda en claro cuando empezamos a entender aquello que Dios realmente valora.
El Padre nos dio el ejemplo supremo de humildad. Su único Hijo, Jesús, perfecto en todo sentido, se sometió a la debilidad y la mortalidad de la carne para llevar a cabo nuestra salvación. San Pablo escribió:
“Aunque existía con el mismo ser de Dios, no se aferró a su igualdad con él, sino que renunció a lo que era suyo y tomó naturaleza de siervo. Haciéndose como todos los hombres y presentándose como un hombre cualquiera, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, hasta la muerte en la cruz. (Filipenses 2, 6-8).
Dios quiere que imitemos a Jesús. Para eso, debemos abandonarnos a la gracia de Dios porque nosotros mismos somos incapaces de ser humildes. La humildad es obra del Espíritu, que crece cuando caminamos fielmente con Cristo, y si queremos mantener ese caminar es preciso perseverar en los sencillos ejercicios espirituales que recomendamos cada mes:
Dedicar no menos de diez minutos al día a la oración privada, alabanza y adoración a Dios. Hacerse un diario examen de conciencia, arrepentirse de todos los pecados que uno recuerde, y pedirle al Espíritu Santo que nos transforme el corazón y la mente. Dejar unos diez minutos cada día para leer la Escritura, y pedirle al Espíritu Santo que nos ayude a entender lo que leemos. Adoptar un plan de crecimiento, que incluya lecturas espirituales y la participación en la vida sacramental y comunitaria de la Iglesia.
“Amado Jesús, mi Señor, tú nos has prometido que si nos humillamos seremos ensalzados, y eso significa crecer en el conocimiento del amor y la gracia del Señor. ¡Qué mejor exaltación que admirar la faz de nuestro Padre!”
Romanos 11, 1-2. 11-12. 25-29
Salmo 94(93), 12-15. 17-18
fuente Devocionario Catòlico La Palabra con nosotros
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