San Mateo citó las palabras del Señor sobre el orgullo y la humildad: “El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.”
Esto lo decía el Señor principalmente por las actitudes que demostraban los escribas y los fariseos, buscando la admiración y la adulación de la gente.
Los honores y títulos son buenos y dignos de respeto, pero el que hace alarde de ellos y se siente superior a los demás es censurable. Jesús nos enseñó no buscar para uno el honor que le corresponde al Padre celestial. En un nivel más profundo, esto significa que la relación de uno con Dios Padre es tan asombrosamente generosa de su parte que debemos guardarnos de toda apariencia de arrogancia.
Los escribas y fariseos trataban de ser justos por sus propios méritos. Estudiaban la ley buscando todas las posibles variaciones de interpretación, declarando lo que estaba permitido o prohibido, y procurando recibir el aplauso de la gente. Como afirmaba Jesús: “De veras les digo que ya han recibido toda su recompensa” (Mateo 6, 2). Lo que Jesús condenaba era su hipocresía, no sus títulos.
Cristo señaló que ciertos títulos son adecuados, por ejemplo “hermano” y “servidor”, los cuales indican servicio, humildad e igualdad. Más adelante, Jesús habla de enviar “profetas, sabios y maestros” (Mateo 23, 34), títulos que denotan servicio a Dios y a otras personas. Dios desea que su pueblo sirva humildemente, sin prepotencia, porque estamos llamados a ser como Jesús.
La primera carta de San Pablo a los tesalonicenses nos ayuda a entender las palabras de Cristo: “Cuando [ustedes] recibieron la Palabra de Dios, la cual oyeron de nosotros, la aceptaron, no como palabra de hombres, sino como realmente es, la Palabra de Dios, que actúa en ustedes que creen” (1 Tesalonicenses 2, 13). Es sólo por la obra de Jesús y su palabra que podemos doblegar nuestra vanidad y servir a Dios y al prójimo con humildad.
“Jesús, Señor amado, toma mi corazón arrogante y cámbialo por uno que desee servir con humildad. Enséñame, Señor, a ser servidor de corazón.”
Malaquías 1, 14 —2, 2. 8-10
Salmo 131(130), 1-3
1 Tesalonicenses 2, 7-9. 13
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