El padre Pío tenía una devoción muy especial, delicada y respetuosa por el Ángel de la Guarda. Su "pequeño compañero de la infancia, el buen angelito, siempre me ayudó" Fue el amigo obediente, fiel y puntual que, como gran maestro de santidad, ejerció sobre él un estímulo continuo para progresar en el ejercicio de todas las virtudes.
Su acción asidua y discreta fue de guía, consejero y amparo. Si, por arte del demonio, algunas cartas de su confesor llegaban hasta el padre manchadas de tinta, él sabía como volverlas legibles, porque "el angelito le sugería que, cuando la carta llegase, la aspergiese con agua bendita antes de abrirla" (epistolario I p.321)
Cuando recibía una carta escrita en francés, era el ángel de la guarda quien le servía de traductor: "Si la misión de nuestro ángel de la guarda es grande, la del mío es todavía mayor, ya que debe hacer también el papel de maestro y enseñarme otras lenguas".
Se valía del auxilio del ángel para difundir su apostolado mariano: "Gustaría de tener una voz mucho más alta para invitar a los pecadores de todo el mundo a amar a Nuestra Señora. Pero, como eso no está en mi poder, oraré y continuaré orando a mi angelito para que hiciese eso por mí"
El ángel de la guarda era el amigo íntimo que de mañana, después de saludarlo, alababa al Señor junto con él:
"Cuando la noche llega, al cerrar los ojos, veo el velo caer y envolverme delante de mi el Paraíso. Así cubierto por esa visión, duermo con una sonrisa de dulce beatitud en los labios y con una perfecta calma, esperando que el pequeño compañerito de mi infancia venga a despertarme para que juntos podamos elevar las alabanzas matutinas al Escogido de nuestro corazón",
En la investidas del maligno era el ángel de la guarda, su amigo invisible, quien aliviaba sus sufrimientos: "el compañero de mi infancia procura atenuar los dolores que aquel apóstata impuro me inflige, calentándome el espíritu de esperanza".
Cuando el ángel demoraba en intervenir, el padre Pío, confidencialmente sabía dirigirle una reprobación áspera y fraterna:
"Ni imaginan cómo aquel infeliz me ha machucado! Algunas veces tengo la impresión de que voy a morir. El sábado pareció que querían acabar conmigo. No sabía ni a qué santo invocar. Me vuelvo hacia mi ángel. Después de esperar un tiempo, aquí está, volando a mi alrededor y, con su voz angelical, canta himnos a la Divina Majestad. Entonces yo lo reprendí duramente por haber demorado tanto, sino me olvidaría de llamarlo mi socorro. Para castigarlo me rehusé a mirarlo a su rostro, quería apartarme de él, quería evitarlo, pero el me alcanzó casi llorando, hasta que, elevando el mirar, vi su rostro y lo encontré a disgusto. "Estoy siempre cerca de ti", me dijo, "nunca te abandono, esta afición por ti no terminará ni con la vida misma".
El padre Pío reconoció el aprecio y la función de mensajero del amigo invisible. "Si llegasen a precisar, decía a sus hijos espirituales, "envíenme a su ángel de la guarda". Durante varias horas, de día o de noche, se ocupaba de oír mensajes de sus hijos que tantas criaturas angélicas obedientes, le traían"
Texto transcrito do livro: 'Anjos, companheiros no dia a dia'
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