En muchas situaciones de desentendimiento y desconfianza en las relaciones humanas, así como en las separaciones, peleas en el trabajo y en los ambientes sociales, es importante reconocer una de nuestras grandes faltas: la de no saber pedir perdón.
No reconocemos nuestros errores y es ese un gran obstáculo para una buena calidad de convivencia.
¿Por qué tenemos esas dificultades?
Uno de los motivos es el sentir la "pérdida de nuestra dignidad", tener que pasar por encima de nuestro orgullo, sentirnos amenazados al exponer nuestros puntos débiles, frágiles, o el hecho de que al pedir disculpas el otro nos "pase factura" o lo use como una venganza, o tal vez el hecho de que "seamos recordados por los errores" o castigados por ser honestos.
Encuentro que, muchas veces, ya has vivido esto, no es así?
En muchas ocasiones nos sentimos inferiores al pedir disculpas; tenemos la necesidad de pasar parte de nuestra vida probando que siempre estamos en lo correcto, que tenemos razón, que somos siempre capaces, que somos fuertes e invencibles. De alguna manera, esta necesidad va siendo impuesta y puede terminar siendo un gran problema en nuestras vidas.
En otras situaciones puedo hacer uso del siguiente pensamiento: "si no recibí las disculpas del otro, ¿por qué tengo yo que pedir disculpas?". Esto forma parte de un gran proceso de inmadurez, al dejar que los comportamientos de otra persona puedan determinar mis comportamientos y actitudes. Es como encontrar bueno robar porque alguien ya robó, no fue descubierto y no fue nunca acusado.
Para que podamos llegar al punto de pedir disculpas es valido encontrar un punto de honestidad en nosotros mismos, asumiendo fallas y limitaciones. Esta honestidad interior hace que veamos verdaderamente nuestra responsabilidad en las situaciones y podamos reconocer lo que hicimos y entrar en una actitud de reconciliación con el otro. Tal vez no siempre consigamos perdón, pero la actitud de reconocer el error es totalmente nuestra y, ciertamente, es muy liberadora.
Pide disculpas, y líbrate de los que te llevan a pensar: "eres tú quien provocó esto", "sólo reaccioné así porque tú eres el culpable", "estoy tratándote como vos me trataste".
Tales formas "racionales" de explicar un hecho, alimentan en nosotros aún más rabia y más resentimiento.
Hace que cubramos nuestros errores con un manto y no permite que, honestamente, podamos admitir lo que fue hecho mal, errado, equivocado.
"El perdón es instrumento de vida", decía Cencini, y es "fuerza que puede cambiar al ser humano".
Ciertamente no pedir disculpas y no perdonar solo servirán para prolongar la separación entre las personas. Para que esto no acontezca "la verdad debe estar presente en todo pedido de disculpas" comprendiendo el perjuicio que nuestras actitudes desordenadas y desmedidas pueden haber provocado en la vida del otro.
Es necesario quebrar nuestras barreras interiores y realizar un gran esfuerzo al decir: "Yo estaba equivocado, perdóname!", pues este esfuerzo hará tu vida mucho mejor, aunque el otro no acepte de inmediato tu pedido, pero su vida ya habrá cambiado a partir del gesto.
Piensa, ¿a quién te gustaría pedir perdón hoy?
Elaine Ribeiro
Psicologa Clínica
colaboradora Canção Nova.
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