martes, 8 de marzo de 2016

Don de lágrimas - Parte III

CUANDO EL DOLOR Y EL AMOR SE ABRAZAN
(Don de lágrimas - Parte III)



La Sagrada Escritura dice que Dios es aquel que no siente placer con nuestros sufrimientos, sino que, por el contrario, es él quien trae la calma después de la tempestad, es él quien oye nuestros gemidos y enjuga nuestras lágrimas, derramando alegría (cfr. Tob 3,22). Pero, cuando no se cree en Dios, el sufrimiento cambia a desesperación, porque hay situaciones en que el dolor toca de una manera que parece rasgar el alma en pedazos. En esa hora es que la persona piensa en locuras y hace tonterías. No quiere matarse. Quiere matar el dolor que es mucho. Y, no consiguiéndolo, llora.
Parece que todo sufrimiento aprieta más cuando la gente no entiende lo que está sucediendo. Surge el grito: “Mi Dios, ¿por qué?”.

Quien sufre quiere entender el propio dolor: “Pero, ¿Por qué se fue con otra?” “¿Desde cuándo dejó de amarme?”, “¿Por qué el tenía que envolverse con esas compañías?! Yo le avisé tantas veces…” “¿Por qué estás tan distante… tan frío.. ¿qué fue lo que hice esta vez?”
La pregunta viene por la simple razón de que mucho peor que sufrir es sufrir sin saber por qué. Un dolor que la gente entiende es un dolor que duele menos.

Ya oí decir que la gente hace la pregunta errada. Deberíamos procurar saber no el porqué, sino para qué esas cosas nos suceden. Eso a fin de dar un sentido a nuestro sufrimiento. Sufrir sin sentido, sufrir sin razón y sin entender el motivo es por demás de pesado, es desesperante, va aplastando el corazón dentro del pecho, y al mismo tiempo va sofocando el alma.
Cuando hay una razón para el dolor, él parece menor y ya no asusta tanto. “Si es para que mi hijo viva, acepto sacarme un riñon.” “Si voy a salvar a alguien que amo, corro el riesgo de someterme a una cirugía”, entro en lucha con un bandido, enfrento un animal salvaje.
Hace poco tiempo vi en un reportaje que un padre había introducido su brazo en la garganta de un yacaré para liberar a su hijo devorado. Es que para salvar a quien la gente ama tiene sentido perder un brazo y el dolor se vuelve un precio pequeño a pagar.
Con todo, si un incendio tiró abajo todo el patrimonio, si la persona perdió la vida, si el bebe nació sin un bracito o si el cáncer ya se desparramó, de nada sirven las preguntas.
Las respuestas no cambian la tragedia.

Tampoco sirve decir que era voluntad de Dios porque no es verdad. Y no fue un castigo del cielo. Dios es Padre y no un verdugo cruel. Es penoso que delante de situaciones tan delicadas y dolorosas todavía exista quien dice: “Fue la voluntad de Dios” o “Solo puede ser un castigo”. Jesús vino a revelar que el Padre de los Cielos es amor y que él desciende de prisa para socorrer a quien está sufriendo. El no viene a castigar, sino a ayudar y salvar lo que estaba perdido.

Hace un par de días pasé por una plantación de girasoles. ¡Qué cosa linda! El campo inmenso, forrado de verde y amarillo. En el medio de la plantación, una casita blanca y azul. Quien los plantó amaba las flores y sonreía desde la ventana todo satisfecho. De repente, en mi imaginación, las llamas de fuego suben por la madrugada y, cuando amanece el día, nada resta más que cenizas.
Durante la noche, el campo se prendió fuego. Se fue la belleza. Se fue la alegría. En el rostro triste del dueño apenas una pregunta: ¿Qué fue lo que sucedió? Alguien intentó responder diciendo: “Fue Dios quien avivó el fuego. Era voluntad de él. El sabe lo que hace. Tal vez un castigo por causa de sus pecados.” Pero, de adentro de la casa, una criatura oye la conversación y sale de allá gritando: “¡No!” No es verdad. Dios no atizó el fuego. Dios amaba los girasoles. Fue un accidente. Nosotros regamos poco. Alguien puede haber tirado un cigarrillo. Puede haber sido el enemigo quien causó el incendio”. Entonces, en mi fantasía, miro de nuevo el campo quemado y veo, a lo lejos, la imagen de una persona retirando la mugre, arando y fertilizando la tierra para de nuevo hacer de ella un jardín.
Es Dios que vino a ayudar.

Si delante de nuestra vida despedazada nos preguntamos: “¿Dónde es que está Dios?”, la respuesta es: rejuntando las ruinas para ayudarnos a reconstruirlas. Dios no es causa del sufrimiento. El no quiere y no puede hacer el mal a nadie. Una cosa sí es cierta: Él está siempre al lado de quien sufre.

Márcio Mendes
Libro "O dom das lágrimas"
Editora Canção Nova
Adaptación del original en português.

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