En la era mediática, somos presencia en la vida de las personas, pero de forma muy mecánica. Allí no sentimos el “calor humano”, la mirada a los ojos y la proximidad cuerpo a cuerpo. El mundo globalizado acortó las distancias y distanció a las personas. Con esto perdemos la dimensión rica y fundamental de la vida de comunidad fraterna.
En el entender de los creyentes, Dios siempre marcó presencia en la historia de los pueblos. Es una presencia fundante, que sustenta la existencia de las criaturas y cuestiona a la persona humana en cuanto a la práctica del bien. En medio de crisis, desastres y catástrofes de la naturaleza, Dios nos convoca a recibir y respetar la vida.
Ser presencia es ser capaz de acompañar los cambios de la historia, ser capaz de adaptarse a nuevas mentalidades sin perder aquello que es esencial, esto es, la vida con dignidad. No podemos caer en la infertilidad, en la falta de compromiso con el bien común. Ser infértil es ser presencia que no consigue entender el valor de la vida.
Moisés fue una presencia marcante en la vida del pueblo hebreo. Para esto tuvo que superar actitudes de comodismo, “quitarse las sandalias” y colocarse al servicio de la liberación del pueblo. En esto Moisés descubrió su propia identidad, entendió que era llamado por Dios para desempeñar una importante tarea, siendo presencia en la dimensión de líder en medio del pueblo.
Como libertador, Moisés presenta la figura de alguien que es capaz de amar al pueblo, con quien realiza un acto de preservación de la vida. Su acción revela la presencia constante y transformadora de Dios en los hechos de la historia. Significa que el ser humano fue siempre acogido, aun en situación de esclavitud y de dignidad negada.
Sentimos en nuestros tiempos una gran fragilidad en la práctica de la fe. Hasta hablamos de una fe inconsistente, si hablar propiamente de falta de fe. Significa no reconocer la presencia de Dios en el mundo y, mucho menos, en la vida de cada persona. En muchos casos, la falta de fe, ocasiona actitudes de desequilibrio y de actos que no condicen con las realidades inherentes a la dignidad de la persona humana.
Monseñor Paulo Mendes Peixoto,
Arzobispo de Uberaba
Traducción Exequiel Alvarez
Fuente: portal www.cancionnueva.com
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