Realidad del alma, que me permite vivir en calma
P. Alberto Linero Gómez, eudista
Vivimos en una sociedad que le tiene mucho aprecio a la “mentira”, una sociedad que se ha hecho experta en “aparentar” y en “impresionar”. Se trata de mostrar de la mejor manera las cualidades y capacidades que se tienen; pero también de esconder los errores. De hecho, una de las funciones más destacadas de esta época es el “asesor de imágenes” con el que, grandes personajes, buscan impactar fuertemente a la comunidad. Eso no está mal, lo que está mal es encontrarnos con seres que usan el discurso para impresionar, pero no creen lo que dicen.
Por estos días, por ejemplo, me encuentro con una gran cantidad de personas haciendo campañas para el próximo debate político que se avecina. Todos tienen un discurso interesante y válido, nadie anuncia tener intereses egoístas de apoderarse de los recursos económicos del erario publico, ni nos cuenta que está invirtiendo tantos millones en la campaña para luego recuperarlos “como sea”. Todos se comprometen a construir una sociedad más justa e igualitaria. Pero cuando vamos a la realidad, a la práctica, nos damos cuenta de que es totalmente diferente al discurso expuesto en campaña. No se sabe dónde quedó todo lo bueno que se anunciaba y, de alguna manera, quedamos presos en los intereses personales y de las prácticas corruptas. Lo peor es que todos lo sabemos y así sigue sucediendo.
Pero esto no pasa solo en el campo político y publico, sino en lo personal y familiar también. Pocas veces he oído a alguien decir que es un adúltero, un sin-vergüenza, que compra jueces en lo pleitos o que se vende al mejor postor. Normalmente cuando hablamos, nos mostramos pulcros, irreprochables y justos. Aparentamos ser buenos y no dañar a nadie. Lo doloroso es que, cuando vamos a ver las acciones personales de estos sujetos, están totalmente distantes de lo que ha dicho. Decimos una cosa y hacemos otra. Y conjugo en plural, porque pertenezco a esta sociedad y no quiero mostrarme como el que señala, sino que quiero proponer una reflexión, pues sé que no soy un santo, reconozco que no soy más que un pecador que busca hacer las cosas bien, que no siempre lo consigue y que algunas veces dice como Pablo: “No hago lo bueno que quiero hacer, sino lo malo que no quiero hacer” (Romanos 7,19).
¿Qué hacer? Creo que tenemos que hacer un compromiso personal con la verdad, con la justicia, con la bondad, con la honestidad. Un compromiso que tenga como testigo a Dios, y que no sea en función de “conquistar” nada ni de impresionar a nadie sino de ser mejores seres humanos y poder construir una mejor sociedad. Sé que eso nos coloca en riesgo y ya que seremos unos “bichos raros” pero es la única manera de cambiar esto. Esto va a cambiar cuando haya cambios personales verdaderos. Es la afirmación de la propuesta de Jesús de la conversión personal. Es asumir una actitud de “héroes”, de gente dispuesta a hacer definitivamente distinta y mejor.
No podemos vivir de miedos, ni quedar apresados por las lógicas de la corrupción. Tenemos que generar un movimiento nuevo desde el corazón de cada uno de nosotros; para ello, debemos asumir los riesgos y tener claro por qué estamos dispuestos a dar la vida. Me impresiona Jesús enfrentado al Sanedrín y a toda su sociedad. Me impresiona “el Hijo de María” (Marcos 6,3) quien, valientemente y asumiendo las consecuencias, toma una opción totalmente distinta a establishment del momento. Ese es nuestro modelo y a Él seguimos. Estando seguros de que eso va mucho más allá de una vida religiosa, pues supone unos compromisos existenciales bien claros con los valores del evangelio que predicó. Sí, no basta con ir a Misa y sacar la lengua para comulgar –algunas veces sin deber hacerlo- ni con orar en lenguas y alzar las manos en el culto; todo porque para vivir como Jesús nos pide es necesario un compromiso con la verdad, la justicia, la bondad y la honestidad.
Necesitamos de la experiencia religiosa, pero manifestada en unas opciones éticas bien precisas.
Si usted se cree, se siente, se comprende, como alguien perfectamente bueno y va a sacar el dedo índice para señalar a alguien como malo… es mejor que haga como que no ha leído nada, que éstas líneas no son más que “pensamientos sueltos” de un cura que quiere ser santo y al que su “carne” no lo deja, alguien que todos los días lucha por ser verdadero.
P. Alberto Linero
Fuente. Blog padre Linero
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