San Teodoro el Estudita (759-826), monje en Constantinopla
La cruz, árbol de vida
¡Qué hermoso es el aspecto de la cruz! Su belleza no tiene mezcla de bien ni de mal como antiguamente el árbol en el jardín de Edén. La cruz es toda ella admirable, “hermoso a los ojos y deseable para adquirir sabiduría. (Gn 3,6) Es un árbol que da vida y no muerte, luz y no ceguera. La cruz abre el acceso al Edén, no hace salir de él. Este árbol al que subió Cristo como un rey a su carro de combate, ha sido la perdición del diablo que tenía el poder de la muerte. Ha liberado al género humano de la esclavitud del tirano. Sobre este árbol, el Señor como un guerrero de élite, herido en manos, pies y costado divino, ha curado las cicatrices del pecado, es decir, nuestra naturaleza herida por Satanás.
Después de la muerte en el leño, hemos recobrado la vida gracias a él. Después de haber sido engañados en el leño, por él hemos echado fuera a la serpiente embustera. ¡Qué intercambio tan sorprendente! La vida en lugar de la muerte, la inmortalidad en lugar de la corrupción, la gloria en lugar de la vergüenza. Con razón exclamó Pablo: “Jamás presumo de algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6,14)... Más allá de toda sabiduría, esta sabiduría que ha brotado en la cruz ha convertido en estupidez las pretensiones de la sabiduría de este mundo...(cf Col 1,17ss)
En la cruz la muerte fue aniquilada y Adán devuelto a la vida. Por la cruz, todos los apóstoles han sido glorificados, coronados los mártires, santificados los santos. Por la cruz nos hemos revestido de Cristo y despojado del hombre viejo. (Ef 4,22) Por la cruz hemos sido conducidos como el rebaño de Cristo y hemos sido reunidos en el aprisco del cielo.
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