¡Cuánto nos importan la posición social, el dinero y la admiración de los demás!
En cambio, San Pablo demostraba ser un auténtico seguidor de Cristo, porque no se preocupaba en absoluto de lo que otras personas pensaran de él, y los títulos por los que quería ser conocido eran bastante sencillos: “Siervo de Cristo”, “administrador de los misterios de Dios”, ¡calificativos de prestigio y autoridad que hoy difícilmente harían estremecerse al gerente general de una gran multinacional!
¿Cómo llegó Pablo a librarse al afán de riquezas, reconocimiento y prestigio social? Lo logró porque llegó a comprender que si estamos unidos a Cristo poseemos todo lo que vale la pena tener en esta vida, porque poseemos a Jesús y él a nosotros (1 Corintios 3, 21). Bien pudo Pablo haber rezado con las palabras del salmo: “¿A quién tengo en el cielo? ¡Sólo a ti! Estando contigo nada quiero en la tierra” (Salmo 73(72), 25). El apóstol puso toda su vida sin reservas en manos del Señor y descubrió tal alegría y satisfacción que ya no le importaban en absoluto ni las críticas ni los honores que encontrara en el mundo.
Además, si bien Pablo no procuraba ganarse el reconocimiento público, tampoco temía el rechazo de los demás; por eso dijo: “Lo que menos me preocupa es que me juzguen ustedes o un tribunal humano” (1 Corintios 4, 3). Había una sola Persona a quien Pablo quería complacer, una sola Persona a quien no quería decepcionar: Jesucristo, el Mesías. El Señor le había concedido tanto entendimiento que no se preocupaba en absoluto de lo que la gente pensara de él.
Así, el apóstol, teniendo el corazón lleno de la presencia de Cristo, era libre para amar a los corintios. En efecto, en lugar de buscar admiración, simplemente quería servirles, evitando que su persona, como mensajero, les distrajera de la buena noticia de la salvación en Cristo que les anunciaba. Pablo nos enseña que si ponemos toda la atención en el Señor y nos dedicamos a ser administradores de los misterios de Dios, Jesús vendrá a llenar también nuestro entendimiento. Así tampoco tendremos razones para preocuparnos de lo que otras personas piensen de nosotros.
“Espíritu Santo, Señor, ayúdame a ver que mi gozo está en saber que he sido redimido por la Sangre del Cordero y que todas las cosas son mías en Cristo Jesús, y yo le pertenezco a él.”Salmo 37(36), 3-6. 27-28. 39-40
Lucas 5, 33-39
Fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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