jueves, 1 de septiembre de 2016

Meditación: Lucas 5, 1-11

Cuando Jesús llamó a Pedro, éste sabía que no era digno de tal vocación.

Sus palabras, “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!” (Lucas 5, 8), nos recuerdan la reacción de Isaías a la invitación de Dios: “Ay de mí, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros” (Isaías 6, 5). Pero el reconocerse pecadores no impidió que ambos respondieran de buena gana a la llamada de Dios.

Al principio fue fácil para Pedro, porque el Señor sólo le pidió su barca para hablar a la multitud, y el pescador accedió pese al cansancio de su infructuoso trabajo de toda la noche. Después, cuando Jesús le dijo “Lleva la barca a la parte honda del lago, y echen allí sus redes, para pescar,” Pedro también accedió, aunque estaba seguro de que no encontraría nada.

La aceptación de Pedro no fue, en modo alguno, un acto de santidad ni perfección. Se reconocía pecador, pero su respuesta afirmativa le permitió a Cristo empezar a formar en él al que sería jefe de la Iglesia primitiva. No siempre fue fácil, pero fue posible. Todo lo que se requirió fue darle el “sí” a Jesús.

Cristo nos llama a todos sin fijarse en lo pecadores que creamos ser. Lo que debemos hacer es reconocer el pecado y enfrentarlo, pero esa realidad no debe impedirnos decirle que “sí” al Señor, porque él dijo “Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mateo 9, 13). El Señor no espera que antes de responder limemos todas las asperezas de nuestra vida, sino que le digamos “sí” de todo corazón.

Inicialmente, los habitantes de Nazaret escucharon la buena noticia con agrado: “Todos le daban su aprobación y admiraban la sabiduría de las palabras que salían de sus labios” (Lucas 4, 22). Pero Jesús no pudo hacer mucho allí porque la respuesta de la mayoría fue luego negativa; escucharon lo que les decía y “se enojaron mucho” (Lucas 4, 28).

Ciertamente el Señor nos llama no porque seamos santos ni perfectos, sino porque nos ama. Cuando le decimos que “sí”, él puede empezar a transformarnos, como lo hizo con Pedro.
“Amado Jesús, sé que no soy digno de tu amor ni de la salvación, como no lo es nadie, pero me acojo a tu misericordia para que me concedas la gracia de la salud y la sanación espiritual. Jesús, en ti confío.”
1 Corintios 3, 18-23
Salmo 24(23), 1-6

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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