miércoles, 7 de septiembre de 2016

Meditación: Lucas 6, 20-26


“Dichosos ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán.” (Lucas 6, 21)

En los últimos quince años se ha multiplicado la violencia en el mundo de un modo inimaginable: Las guerras, las matanzas del terrorismo, las viles persecuciones contra los cristianos en el Oriente Medio y en África y los ataques incalificables de pistoleros desquiciados contra gente inocente. Claro que todo esto no tiene ni siquiera comparación con la horrible e infame masacre continua y legalizada del aborto, que ya ha cobrado millones y millones de seres humanos inocentes asesinados antes de nacer y a veces a medio nacer. ¡Y esto se da en las sociedades llamadas “civilizadas”! ¿A dónde vamos a parar?

En toda esta violencia indescriptible se ve el horrible rostro del diablo y la extrema maldad a la que puede llegar el ser humano cuando se aparta de Dios, y es muestra patente de la guerra a muerte que hay entre el mal y el bien, una realidad que nadie puede desconocer. ¡Cuánto necesitamos unirnos a Jesús para que él nos comunique fe, esperanza y caridad, y también nos permita ver el lado bueno de la gente!

¡Qué diametralmente opuesto a esa violencia homicida es el Espíritu del Cristo! Como se aprecia en las bienaventuranzas, el Señor nos propone identificarnos, no con los victimarios, sino con las víctimas inocentes de la maldad, cualesquiera que sean. Y lo decía porque conocía en carne propia lo que era ser odiado injustamente, rechazado e injuriado; sabía que sus seguidores también serían ridiculizados, perseguidos y despreciados, porque sus enseñanzas chocaban con la coraza del pecado que aprisiona el corazón de cuantos rechazan a Cristo, y también de los que dicen ser cristianos, pero que llevan una vida contraria a la verdad del Evangelio. Jesús no podía dejar de anunciar su mensaje de salvación, porque para eso había venido al mundo y se sentía movido por el inmenso amor que le tenía a su pueblo.

¿Te parecen difíciles de imitar las propuestas de las bienaventuranzas? Si las meditas con calma y sinceridad, verás que son verdaderos tesoros que Cristo te ofrece, y lo hace porque son para tu bien, no para tu mal.
“Señor y Dios mío, tú me pides vivir según el modelo de las bienaventuranzas, y para eso necesito tu gracia y tu poder, porque solo no lo puedo hacer. Concédemelos, Señor, para que mi vida sea grata a tus ojos.”
1 Corintios 7, 25-31
Salmo 45(44), 11-12. 14-17

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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