martes, 13 de septiembre de 2016

Meditación: Lucas 7, 11-17


San Juan Crisóstomo

Joven, yo te lo mando: Levántate. (Lucas 7, 14)

En el Evangelio de hoy, viendo que el joven volvía a la vida, la reacción de la gente fue perfectamente comprensible. ¿No se impresionaría usted si viera que un muerto se sienta y empieza a hablar? Pero el “miedo” del que habla San Lucas aquí no es como el que produce el ver algo alucinante, sino una reacción de asombro y admiración ante un prodigio obrado por Dios en la vida de una persona; un sentido de desconcierto y deslumbramiento que mueve a alabar a Dios y depositar la fe en Cristo.

En cambio, cuando los fariseos veían los milagros de Jesús no reaccionaban con asombro, admiración ni fe; por el contrario, es posible que muchos de ellos hayan visto más milagros que el que vio ese día la gente de la ciudad, pero por tener una actitud de incredulidad y envidia, atribuían los prodigios de Dios al poder de Satanás.

¿Cómo reacciona usted cuando ve un hecho milagroso? ¿Qué piensa cuando escucha que Dios ha sanado dramáticamente a un enfermo, por ejemplo, en una misa de sanación? ¿O cuando le cuentan que la Virgen María se está apareciendo en algún lado? ¿Descarta esos informes por considerarlos supersticiosos o exageraciones, o considera el caso con serenidad y actitud de fe? ¿Es válida para usted la posibilidad de que algo milagroso haya sucedido?

Dios sigue actuando hoy y realizando prodigios y milagros para llevar a su pueblo al arrepentimiento y la fe. Sí, es cierto que el Señor sigue curando tumores, dolencias graves y enfermedades médicamente incurables y liberando adicciones. Cuando le cuenten a usted cosas como éstas, no se asombre; alégrese y abra el corazón, averigüe los detalles de la noticia y vea los resultados. ¿Qué frutos hubo de todo esto? ¿Crecieron en la fe en Dios quienes fueron sanados? ¿Dio la curación origen a un mayor amor a Jesús y a su palabra? Si fue así, ¿cómo podría tratarse de algo hecho por un poder que no fuera el de Dios? Pídale al Señor que le abra la mente y el corazón para aceptar las obras milagrosas que realiza su Padre en este mundo.
“Señor, Espíritu Santo, enséñame a reconocer tus obras en el mundo de hoy; concédeme ojos de fe para ver los milagros que estás realizando y ayúdame, te lo ruego, a aceptarlos con gozo y admiración.”
1 Corintios 12, 12-14. 27-31
Salmo 100(99), 1-5

fuente:Devocionario católico la palabra con nosotros

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